miércoles, 24 de septiembre de 2008

9,855 noches. Para Ana, en su cumple





él sólo quería una muchacha alegre y sencilla. ella quería amores, enredos largos y oscuros, como los rizos que despeinan su cabeza. él la quería porque ella era querida, querible, querendona, querubina equilibrada, paradita de puntitas aquí, o más allá, en una clase de yoga: una imaginaria y otra real. como debe ser. en donde se le estiraba el cuerpo y el deseo. tanto deseo atrapado en su piel, casi casi de papel. la recuerdo así. barroca y borrascosa. llena de precipios por donde se precipitaban todos. todos, menos ella.

yo sé de un muchacho que la mira. y ella parece que lo ve sin verlo, olvidadiza, recostada de ciertas columnas de viento. el pelo es una fiesta de siete velos. y sus ojos son dos soles quebradizos, ojos de niño amedrentado, chocando con ese mar velado. entonces, sólo entonces, pasa el amor. ella no sabe. ella se viste y se desviste sin saber lo que se sabe. ella es así.

delicada rama cansada de vientos y de lluvias. mirada tenue como noche que no llega, como tarde detenida, como el humo de colores que sale de mi boca. la veo, como una foto desgastada, sentada a mi lado, tomada de mi mano, mirándome con esa sonrisa de pelo suelto y esa mirada amelenada que me cuenta secretos milenarios. de aquí y de allá. un marinero de 7 vidas que le hablaba en portugués, un amante aposillado pues ella le comió la oreja, aunque ese sí hablaba español, y de un chico flaco y calvo que se pone afrancesadamente triste cada vez que se acuerda. nueve mil ochocientas cincuenta y cinco noches acumuladas en sus ojos que se visten de mañanas claras, de sudores muchos, de tantos pero que tantos temblores, y de al menos, unos mil quinientos amores. imaginarios y de verdad. como debe ser.

domingo, 14 de septiembre de 2008

(1)

Me desgarras y me siento té. Ligero para pasar el sabor.
Urdido hasta que ataque las papilas y logre que la sangre

se libere.



De repente
siento que has mordido
otra vez ese punto de vértigo.
Descanso.

La presión se clava en la nube henchida, a punto está
de estallar.

Y allí, justo allí, en medio de la acera,
llora,
cuando habíamos decidido continuar.

Con rabia.

De esas que a pesar de morderme los labios no se atenúan,

De esas que no son contigo,
sino conmigo,
de esas que rayan
y ponen barreras.

por: Ana María

Ellos

la casa
allá.

la calle
y yo

aquí.

esta
maldita
manía
de salirme,
de sacarme
del lugar,

de los
lugares
en donde
tú y en
donde
yo.

cuando
parece
somos
como
un logo
algo
ilógico,
algo
ilegítimo.

estas ganas
de cunetas,
de sus ojos
apagados,
casi casi
cerrados
diciéndome
que no

otra vez.

que no.

esta violencia
del humo
en mi boca,
este puente
de cenizas
rotas que
cruzamos en
cada abrazo
que nos damos.

se me acaban
los soles
ensillados
y viene ella
sin caballo,
a mojarme
con su llanto
de sirena.

orilla azul
herida por
su canto.

todos
los
fantasmas
se
parecen
a ti.

viernes, 12 de septiembre de 2008

sueño



Ese día el cielo estaba igual. se metía, implacable, por la ventana de mi cuarto. cielo de julio abriendo a cuchillazos un espacio, un cuerpo, una leve sombra de intimidad. la mañana se desenroscaba como siempre, con mi piel resbalando por debajo de sus sábanas. ese día mi cabeza pesaba un poco más, y en cada parpadeo encontraba nuevas piedrecitas: residuos de una fiesta fugaz. ese día tenía mucho sueño, y es que su voz ya había comenzado a hacer estragos en mi cuerpo. había dormido cuatro horas porque se me llenaron los oídos de su voz, de palabras que eran muy difíciles, o muy hermosas para tan altas horas de la noche. no sabía si era sueño, o si era verdad que yo había marcado su número y que él me había respondido con un “Hello”que me sabía a memoria futura.como si siempre me hubiera dicho “hello”, todas las noches de mi vida. entonces todo se aclaró. se estremeció esa leve capa que me rodea la piel, ese fino telar hecho de tiempo, de dudas y de azar, mi otro caparazón, al contacto de su voz.

hablamos y mientras hablaba yo sentía que me hundía un lápiz invisible, y que hacía de mi voz un mero eco de todo su silencio. entonces, creo, me enamoré. de él y de su voz. creo que le dije que tenía voz de joven. no supe bien qué quise decir, pero después, poco a poco, he ido entendiendo las entretelas de aquella descripción nacida del terror (un breve y delicioso terror) de su voz mezclada con la mía, sentada sobre la mía, acostada en mi desvelo que había sido develado por él y por su voz. su voz mordiéndome la noche, llenándome de imsomnios, tejiendo una trama de esas que uno sabe que no acaban jamás. y ahí no acabó. ni la charla, ni las visiones, ni los sueños. ni siquiera el desvelo que me ha hecho dos bolsitas cariñosas debajo de los ojos. ni ese mudo caparazón mío que grita, (cada vez más fuerte) al contacto de su voz.