domingo, 19 de octubre de 2008

Lived In Bars

llegué a la barra y me senté.
sola. sola y en un bar.

cerveza.

un susurro y un tatuaje. quéséyo.
creo que alguien me habla del amor
porque aquí, esta noche, en esta barra,
todos saben lo que es el amor.

cerveza.

un tipo con el pelo rosa me sujeta,
me dice que él ya fue y que vino.
me dice que me quiere, y
que él sabía que yo venía
(cerveza)
a este bar que es el colmo
de lo que no está. que soy yo
cuando lo otro se me pierde,
se me acaba, se me va.

cerveza.

son espejos, son charcos nacidos del
sudor de la botella. son mis ojos
mirados desde arriba, rebotados
y robados por una servilleta.

te quiero.
desde el bar
hasta tu casa
yo creo,
que te quiero.

despierto y te veo demudado. no eres tú.
no soy yo. pero intuyo que estamos
y que somos, lejos. en otro estado.
en otro pueblo. en otra ciudad.
en el rastro de algún otro culo de botella,
rozando los labios de ella. ¿Marga?

mucha cerveza, y un puñal en la cabeza

martes, 7 de octubre de 2008

Niebla



Si mal no me acuerdo, lo conocí en un tren. O debajo de una escalera leyendo un libro. O en una calle de una ciudad que no era la mía, porque yo no tengo ciudad. Eso no importa tanto. La niebla no viene al caso, porque el caso es que cada vez que camino de la universidad a mi casa, o a la suya, (no a la de éste, sino a la del otro) me acuerdo de él. Y escucho pasar un tren que nunca pasa, pero cuyos rieles retienen un sonido que es más bien un ruido animal que no había escuchado jamás, pero que se parece a su voz. Camino. Camino más y me detengo, sombría porque el sol se marcha al llegar a este punto del trayecto que es como un cuento, porque ya me voy dando cuenta de algunos trucos, y miro y hay un montón de árboles cobijados en mi sombra y me asombro con la luz que me recuerda al techo de la casa de mi abuela, lleno de goteras. Y la luz se cae sobre las ramas y destruye un poco las sombras. Y los rieles parece que bailaran porque yo estoy ahí, como desnuda, agarrada de un lente. Un poco triste.

Si mal no me acuerdo el recuerdo que me llega está cansado de veranos y de muertes. Pero yo lo veo. Claro, clarito. Su pelo negro como el oro del más dorado sol. Sus ojos marrones en donde se descubría todo el misterio del mar. Su voz atravesada por la mía que venía como un tren. A mil. Tan frágil, tan frenética y tan sin frenos. Estrellada como un aguacero en su frente de papel. Rompiéndole la piel como se rompen las hojitas que sigo viendo caer.

Lo recuerdo. Fue un día de sol, debajo de un árbol o encima del cielo, conversando en un avión. Fue en otoño, y fue en verano hablando de tragaluces y de playas, urgándonos la piel para dar con un secreto que todavía no hemos encontrado. Y que seguimos buscando, ahora en otra piel, y en otras canciones, y en otros árboles, y en otras clases. Pero eso no es tan importante. Lo único que importa (porque es lo más que me jode) es ese sonido imaginario del tren que me arrastra, que me persigue, que me sacude cada vez que vengo, cada vez que paso, y me detengo a mirar este absurdo lugar por donde nunca nadie viene, y por donde nunca pasa ningún tren.