lunes, 26 de mayo de 2008

Maquetas de sol (II)

II. Summer in the city


LA BOCA DE REGINA


Summer in the city means
Cleavage cleavage cleavage
And I start to miss you, baby, sometimes
I’ve staying up and drinking in late night
establishments
Telling strangers personal things.

Summer in the city, del álbum Begin to hope, de Regina Spektor.

Parece que acabo de encontrar mi canción de verano. Regina está sola en la ciudad. El tiempo se estira como un gato. Siete vidas más.

La noche se regodea en cada una de las esquinas de este lugar. Se acuesta como yo, sobre la huella mojada de las botellas que se vacían en todas esas bocas nuevas que quisiera besar. Estoy sola, como Regina. Es verano. He ido a tantos bares que ya no me dejan ni pagar. Me siento, recuesto mi cuerpo que se me escapa por el escote que ya nadie deja de mirar.

El bar de esta noche es Twains. Siento la repentina urgencia de caminar por uno de los sitios más o menos "trendy" de esta ciudad. Hace un año el bar era pequeño y acogedor. Ahora lo ampliaron, tiene más mesas de billar, más televisores, más meseros, más chicas lindas, más chicas feas, más chicos guapos, más comida. Sin embargo, debo reconocer que el lugar no ha perdido su aura. Soy un pájaro raro por haber venido sola. Me parace que todos piensan que estoy saliendo con el bartender. Sólo él me habla. Es lindo, pero no me gusta su pelo rosado.

Se oye un piano a lo lejos. Me dan ganas de fumar eso que él me dejó. Lo extraño porque está lejos y no me ha llamado en 10 días, y creo que conoció a alguien y que no me quiere más y que ya no va a regresar. Un respiro más y podría atrapar su voz de papel. ¿Se puede fumar aquí? Son las tres de la mañana, ya nadie puede juzgar.

Ha llegado un chico lindo y se ha sentado junto a mí. Tiene el brazo cubierto de tatuajes, y de músculos. Parece que hubiera comprado un brazo de plástico en alguna tienda. Tanta perfección me hace dudar. Tengo una relación ambigua con los tatuajes. Me los quiero comer y los quiero vomitar, pegarlos y arrancarlos, protegerlos, prohibirlos... Quizá sea por el chico aquél que conocí hace un par de veranos atrás, en aquel país de cuyo nombre no quiero acordarme. Me encantaba sentir sus tatuajes en mi boca, como si así pudiera poseer algo más que su cuerpo. Sentía que algo lo trascendía. Era la voz agrietada de aquello a lo que en mejores tiempos llamamos experiencia. Pensé en Benjamin llevándose un revólver a la cabeza. Mis ojos se detienen otra vez en el brazo del chico a mi lado. Después de todo, ¿qué es un tatuaje? ¿un fleco de la memoria amarrado a la piel? ¿la evidencia de una experiencia tan efímera como cualquier cuerpo? ¿una prueba de amor? ¿voces silenciadas por una piel que no se calla? Pues sí, todo eso y más.

El chico aquél estaba junto a mí, pero yo estaba lejos. Yo estaba en el lejano país de hace algunos veranos atrás, delante de mi único amante tatuado. Allí estaba él, con toda la idiotez del mundo metida en su sonrisa y con un par de historias en su pecho que lo salvaban de un oscuro abismo. Entonces me daba cuenta de lo tonta que era por amarlo así, a él o a sus tatuajes. Y justo cuando estaba apunto de decirle ¡márchate!, sus brazos mordidos por la tinta me rodeaban. Y yo me sentía amada por las líneas negras, y ese círculo azul, los mosaicos árabes que él decía entender, el hombrecito pintado sobre su pecho.

Hace unas semanas lo volví a ver. Han pasado varios años. Nos abrazamos y me mostró sus dos nuevos tatuajes. Uno en el antebrazo, y otro, gigantesco, en la espalda. Entonces lo miré a los ojos y supe que no habían sido los tatuajes. Fueron sus brazos, y su voz, y la forma de su cuerpo trenzado al mío. Y recuerdo ahora en este bar, sentada junto a otro chico con otros tatuajes, lo tonta que me sentí aquél día que lo volví a ver por haber pensado que fueron sus tatuajes, que fue la tinta la que decía mi nombre cuando era él quien me llamaba, él, que se me había metido tan adentro. En un país lejano. Era verano. Después de todo, era yo la del tatuaje.


Regina está como yo, en algún bar, en alguna ciudad, tanteando con su voz el tamaño de la soledad. Diciendo que escucha voces, y palabras, y canciones en su cabeza que le rompen el corazón, y cuando termina esa palabra repite la última vocal varias veces, salta de nota en nota, it brakes my heart …a-a-ay-a-a-a-a-a-a-a-a-a-a….and it brakes my heart…….a-a-ay-a-a-a-a-a-a-a. Y yo estoy aquí en Twains, sola, pensando en Regina que está sola pero al menos puede cantar, y amarrarse a la música como a un tatuaje.

El humo dibuja círculos sobre mi nariz. Así se van acumulando mis noches de verano. Regreso. (¿ah, pero te habías ido?) Creo escuchar la voz de mi conciencia que se despierta cuando fumo yerba. Sigue siendo verano, sigue siendo de noche, tan de noche. No, él no ha venido. Han pasado dos siglos desde que llegé a este bar y sigo aquí. Tan intacta. Tan joven y tan llena de agujeros. El aire no se espesa, todo fluye, todo traspasa este cuerpo hecho de verano.

domingo, 25 de mayo de 2008

Maquetas de sol


Escenas de verano, Atlanta.

I. Sin mar

Son las nueve de la noche. El cielo retiene los colores de esas horas muertas colgadas desde el alba. Azul claro, casi violeta en la superficie del cielo y un poco de naranja empecinado en morder la noche. Es verano. Caminar por estas calles es como atravesar un mar que se muere de sed. La ropa se ciñe tanto a la piel que a veces, creo, ando desnuda. Piel sobre piel. Aire sobre piel. Sudor, bocas, dedos. La humedad palpita en cada árbol, en la brea que respira, en la frente de Eric, y en mi mano que va coleccionando cada una de sus gotas.

Me acoplo a este tiempo muerto. Al sonido del agua cuando se rompe porque algún cuerpo en llamas ha caído sbre él. Huele a sábanas limpias, secadas al sol. Huele a viento.

Demasiado verano para una ciudad sin mar. Demasiado cielo. Tanto que ya no cabe allá afuera y se me mete en la casa.

Creo que estoy a punto de narrar esta ciudad de la que nunca hablo, por vivirla tanto. Un verano en Atlanta.