sábado, 10 de abril de 2010

Vida

Salgo. Hace sol. Me recuesto y leo un ensayo de Marcuse sobre la cultura. Un abejón enorme se me pone delante. No vuela, se sostiene como por arte de magia, delante de mi cara. Leo. Ana me dice que tuvo un sueño anoche. "Soñé que me moría, y una de mis hijas me decía que me extrañaba mucho". Ana lloró esta mañana, por una hija que no es, pero que habitó su sueño un instante. Ana lloró, me cuenta, lloró mucho, por dejar a tres hijitas huérfanas. "¿Eran bonitas?", le pregunto, y Ana responde que no. "Se parecían al papá."

Es por la tarde, pero yo vivo este día como si fuera eterna mañana. Es primavera. Flores grandes, flores chicas. Margaritas.
Ayer un poeta me llamó, y yo sentía que todo era como un cántico. Voz de 83 años, deletreándome con sumo cuidado su email. Un poeta una vez escribió en unos Ritmos acribillados: "Voz tuya, casi irreal, por el hilo del teléfono. Pero, ¿irreal? No, modulante, tangible soplo que pudiera tocar. Sin embargo, choca con ella mi sueño, mi recuerdo; choca mi sangre, lastrada como sombra". Sí, ayer me llamó un poeta. Voz suya, casi irreal, por el hilo del teléfono.

Hace un rato, también, la voz de mi madre en el teléfono. Mi madre se ha independizado mucho últimamente. Ya no me llama tanto, ni se apura en devolver mis llamadas. "Estoy de frente al Atlántico", me dice, mientras va describiendo con cierta glotonería los azules claros, oscuros, turquesas, las brisas rápidas, o suaves, secas, o mojadas, el sol trepado allá arriba, el sol bajando por sus hombros, meciéndose en un balcón de un hotel de Puerto Rico. Mi madre frente al mar. Una de mis imágenes favoritas.

Yo salgo. A veces hay que salir. Aunque no se esté en una isla, hay que salirse por algún balcón de Atlanta. Yo me pongo debajo del sol, vigilo al gato cubierto de polen, jugando con las hojas, y pienso en las hijas de Ana,y pienso en el poeta que ayer me llamó, y veo a mi madre frente al mar más hermoso del mundo, y pienso, yo pienso, honestamente, que es linda la vida. Como un cuadro que aprende a moverse, como un rostro que ensaya sus primeros gestos, yo escribo y descubro que sí. Que hay vida. En las letras, en los sueños de Ana, en el teléfono, en un gatito cazando hojas, y en esto que se escribe. Hoy, ahora. Vida.