domingo, 27 de junio de 2010

panes y peces

El sueño se me hacía traspiés y caída…
Dormí el tiempo que habitualmente en el día
estamos despiertos.

José Lezama Lima


eran un montón de peces
metidos debajo de mi
almohada, dentro de una
mañana raquítica, de esas
que se quieren poner una
levita y meterse al claustro
sin hablar con la visita.

peces apesadumbrados,
saltando como salta mi
garganta cada vez que el
aire. cada vez que la tráquea
se me tran.ca. cada vez que.
creo que. casi. no puedo.

respirar.

eran como una manada.
qué digo yo manada,
digo un manantial malévolo
de peces casi vivos casi muertos
debajo de mis sábanas a punto
de naufragar. mis ojos eran
dos almejas, solitas, como un
caracolito de la mar que se
quedó sin bailar en medio
de la ciudad. entonces me
llené de sal. y me llené de azul.
se me llenó la lengua de escamas
y otra vez. la torpeza. la tristeza.
de no poder. de no querer.
respirar. ¿asma? ¿alma?
mala ejecutoria pulmonar.

peces y peces, que no panes.
pesares de esos pesados como
uno que otro pasado reposado
y a veces repasado en la memoria
imaginaria que a veces
también es la real.

pesco los peces
que duermen en la almohada,
peso mi cuerpo liviano que se
estira sobre la mañana y los veo
pasar. los peces todos se van.
mis ojos almejados se quieren
despertar.

estos cabrones sueños,
un día de estos,
me van a matar

miércoles, 16 de junio de 2010

No sé describir este paisaje. Súbito. Todo estaba quieto. Son de estos momentos de los que no se puede escribir, aunque todo te diga que sí. Demasiada vida como para ponerla en un papel. Y yo quisiera, pero a veces no se puede. Ni escribir, ni otras cosas. Todo estaba quieto. Y el calor. Son las 7 de la noche en Atlanta. El sol sigue matando ese edificio blanco que se mete por mi ventana. Todo quieto hasta que. Todo en clave de tormenta. No era una tormenta, pero la expresión de mi cara hubiera sido la misma si se tratara de una tormenta. Entonces, hay algo en mis ojos, hay algo en los gestos, en el modo en que detuve mi lectura, que delata una tormenta. Es un secreto, como todas las cosas importantes. Acurrucadas allá. En el fondo. Pero tormenta. Los árboles, no sin poca violencia, abrazados al cristal de esta ventana. Árboles tormenta. Gotas de lluvia. Luego, la lluvia. Viento. Todo estaba quieto. El cielo negro. Mis ojos, lelos, detrás de la ventana. Ella, desde la sala, dice: “What? Stormy.” Sé que no es alucinación. Te quiero. Mis ojos y la tormenta. Yo te quiero. Y después de ese gris oscuro que, a veces, nos da miedo, aparece el amarillo claro. Pero hay que fijarse bien, hay que levantar la mirada para ver ese amarillo como lleno de cenizas. Todos saben que es el último secreto del sol. Y se va, pero se deja ver mientras se va, y eso es lo importante. Dejarse ver mientras se va. Y yo te sigo queriendo. Aunque te vayas, porque puedo verte mientras te vas, porque puedo estudiar cómo es que te vas.