Cada vez que creía, empezaba a recordarla, un pájaro sobrevolaba su cabeza, una hoja se caía, delicada, una gran nube bloqueaba la línea por donde se ocultaba el rostro evocado. El horizonte estaba allí, seguía acostado en la misma orilla pero él se hacía pequeño. Ya no podía verla.
Cada vez que comenzaba a recordar, algo se encendía y se moría aquel pequeño recuerdo nunca antes recordado en todas las tardes ocupadas en pisadas, en hojas cayendo, delicadas, en vientos recios que cambiaban la fisionomía del cielo.
Había comprendido que aquél no era un buen tiempo para recordar.
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