Los días son largos. El sol se demora en derretir todo su fuego sobre la punta de ese edificio que tanto me gusta, y que veo desde lejos como una señal divina.
Hay una hora del día que Camila bautizó como la hora azul. Es cierto que la luz cambia, y en invierno, entre las 5 y las 6 de la tarde Atlanta se viste de azul. Pero la hora azul ya no lo es más. El verano ha trastornado su color. En junio la hora azul es más bien rosada, y aparece en todo su esplendor entre las 8 y las 9 de la noche. Es en esa hora del día en que suelo pensar en él. Es la hora en que la gente saca a pasear a sus perros, y es la hora también en la que Eric busca el guante y la bola, y me pregunta “you wanna play?” porque el sol ha bajado, aunque el calor siga siendo insoportable.
Y es esa hora del día cuando más me acuerdo de otras vidas, que tuve y que creo, tendré. Y es que el día se enrosca y se vuelve autoreflexivo. Se acuerda de sus luces, de sus colores, de los pasos de la gente, del canto de las aves, de la brisa que no mueve ni un sólo árbol. Porque no está, porque no viene.
Y es a esa hora del día (que algunos llaman noche) que descubro que mi garganta se hace polvo y el pecho me revienta y me dan ganas de llorar, pero no lloro. Y creo que me revelo contra el día, contra todos los días, contra el cielo que ha cambiado de color otra vez y me anuncia una vejez que va de lo universal a lo particular, del cielo a mi cuerpo, a mis ojos cansados y asustados por todo lo que no ven. Y entonces, es el odio.
Casi grito, casi me derrumbo, casi acabo con esta estadía que me araña la espalda cada vez que me volteo. Es el terremoto de las 9 de la noche. El techo de la ciudad se agita, miles de flechas caen sobre mí: es su risa que se ríe en otro país, son sus pasos que van trazando rutas tan lejos de mí, son sus ojos que descubren paisajes nuevos en los que mi rostro no va a aparecer, es su boca que quizá de desliza suave, por otro cuerpo, tan distinto o tal vez, tan parecido al mío.
Hay una hora del día en la que se me acaban las ganas. Y se me resecan, un poco, las entrañas.
2 comentarios:
Es interesante el nombre "la hora azul"; creo que acá también hay algo así: son diez minutos, creo, en verano. Diez minutos antes de las ocho, el cielo se pone azul oscuro brillante, y todo refleja ese color.
Bellas damitas bienvenidas a:
http://tromponmetabiotico.blogspot.com/
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