viernes, 12 de septiembre de 2008

sueño



Ese día el cielo estaba igual. se metía, implacable, por la ventana de mi cuarto. cielo de julio abriendo a cuchillazos un espacio, un cuerpo, una leve sombra de intimidad. la mañana se desenroscaba como siempre, con mi piel resbalando por debajo de sus sábanas. ese día mi cabeza pesaba un poco más, y en cada parpadeo encontraba nuevas piedrecitas: residuos de una fiesta fugaz. ese día tenía mucho sueño, y es que su voz ya había comenzado a hacer estragos en mi cuerpo. había dormido cuatro horas porque se me llenaron los oídos de su voz, de palabras que eran muy difíciles, o muy hermosas para tan altas horas de la noche. no sabía si era sueño, o si era verdad que yo había marcado su número y que él me había respondido con un “Hello”que me sabía a memoria futura.como si siempre me hubiera dicho “hello”, todas las noches de mi vida. entonces todo se aclaró. se estremeció esa leve capa que me rodea la piel, ese fino telar hecho de tiempo, de dudas y de azar, mi otro caparazón, al contacto de su voz.

hablamos y mientras hablaba yo sentía que me hundía un lápiz invisible, y que hacía de mi voz un mero eco de todo su silencio. entonces, creo, me enamoré. de él y de su voz. creo que le dije que tenía voz de joven. no supe bien qué quise decir, pero después, poco a poco, he ido entendiendo las entretelas de aquella descripción nacida del terror (un breve y delicioso terror) de su voz mezclada con la mía, sentada sobre la mía, acostada en mi desvelo que había sido develado por él y por su voz. su voz mordiéndome la noche, llenándome de imsomnios, tejiendo una trama de esas que uno sabe que no acaban jamás. y ahí no acabó. ni la charla, ni las visiones, ni los sueños. ni siquiera el desvelo que me ha hecho dos bolsitas cariñosas debajo de los ojos. ni ese mudo caparazón mío que grita, (cada vez más fuerte) al contacto de su voz.

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