miércoles, 16 de junio de 2010
No sé describir este paisaje. Súbito. Todo estaba quieto. Son de estos momentos de los que no se puede escribir, aunque todo te diga que sí. Demasiada vida como para ponerla en un papel. Y yo quisiera, pero a veces no se puede. Ni escribir, ni otras cosas. Todo estaba quieto. Y el calor. Son las 7 de la noche en Atlanta. El sol sigue matando ese edificio blanco que se mete por mi ventana. Todo quieto hasta que. Todo en clave de tormenta. No era una tormenta, pero la expresión de mi cara hubiera sido la misma si se tratara de una tormenta. Entonces, hay algo en mis ojos, hay algo en los gestos, en el modo en que detuve mi lectura, que delata una tormenta. Es un secreto, como todas las cosas importantes. Acurrucadas allá. En el fondo. Pero tormenta. Los árboles, no sin poca violencia, abrazados al cristal de esta ventana. Árboles tormenta. Gotas de lluvia. Luego, la lluvia. Viento. Todo estaba quieto. El cielo negro. Mis ojos, lelos, detrás de la ventana. Ella, desde la sala, dice: “What? Stormy.” Sé que no es alucinación. Te quiero. Mis ojos y la tormenta. Yo te quiero. Y después de ese gris oscuro que, a veces, nos da miedo, aparece el amarillo claro. Pero hay que fijarse bien, hay que levantar la mirada para ver ese amarillo como lleno de cenizas. Todos saben que es el último secreto del sol. Y se va, pero se deja ver mientras se va, y eso es lo importante. Dejarse ver mientras se va. Y yo te sigo queriendo. Aunque te vayas, porque puedo verte mientras te vas, porque puedo estudiar cómo es que te vas.
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4 comentarios:
Aún me intoxico con las copas de los árboles, pero no me asusta el paso de las nubes mientras miro extenso el atardecer. Llueve, se derrama el tormentoso gris, pero el sol vuelve y nos regala la promesa amarilla. Y si bein vivo un sideral esculpir de siglos, aunque no lo pueda decir o gritar: yo también, yo también.
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