sábado, 22 de agosto de 2009

cansancio

pasa que a veces uno se cansa. y es como si el cansancio lo cubriera todo, lo mordiera todo, no sé, se acostara sobre todas las cosas. eso es. hay como un derramamiento del cansancio. y afuera está el sol, mintiéndonos a todos, brillando como si nada pudiera agotarlo. pero yo sé que allá también habita el cansancio.

si no fuera por el peso de los hombros, por la pena, que confundo con cansancio. si no fuera por esta maniática disciplina del insomnio, de horas muertas acostadas a mi lado, saldrían otras cosas. pero por ahora, esto es lo que hay. y está bien. digo, está bien, aunque esté rejodidamente mal. porque estoy cansada, porque tengo los ojos hinchados, la cara marcada por un sueño que no llega, porque arrastro los pies... aunque a veces pienso que son los pobres pies los únicos que laburan acá y que el arrastrado es mi cuerpo que no quiere.

no quiere esto, no quiere eso, no quiere aquello, no quiere lo otro.

y es que desde hace algún tiempo, viene queriéndolo todo. todo lo que no es. todo lo que no está, todo lo que se fue. y entonces es cuando me canso. entonces es cuando siento la responsabilidad de cansarme de estos pájaros, de este cielo estúpido que vomita sol, de estos árboles ridículos que no saben ni ser sombra, ni asombrarse con el viento que no sopla.

Nada responde porque Nada pregunta. y eso cansa. eso mata.


viernes, 14 de agosto de 2009

un arco para iris




lo bonito sería verlo
como se solía ver.
asomadas sus greñas
todas
por cada uno de los pasillos.

lo ideal es que fuera simple,
otorgado, tú sabes, natural.
que se abriera la puerta
(cualquier puerta)
y apareciera él.
que se paseara por delante
de mi ventana. y sí, ya sé
que vivo en un tercer piso,
pero es que antes era así.
se le veía siempre,
aunque fuera a distancia,
aunque tuviera que sacar
la cabeza por entre tanta rama.

la bueno sería, digo yo,
que la hojas se aguantaran
un rato más a cada uno
de los árboles y que el frío
se demorara un chín. que no,
que no. que no llegara aún.
un poco más de calor.
breve recuerdo del verano
que pasó sin haber pasado nunca

porque él y porque yo
ya nunca nada.
aunque el cielo dijera que sí y él,
más o menos balbuceara un “casi,”
“puede ser.” cuando los minutos
pactaban en silencio recostados
de su puerta y todos ellos no eran
nadie, sólo sombras en el fondo
del paisaje. y nosotros,
tímidamente felices,
guardábamos un secreto:

tú comías soles y yo tragaba
tantas nubes,
y a veces, te juro que a veces,
veía colorearse un arco iris.

teclas

no es música de fondo. a menos que el fondo se haya confundido con la superficie, que no es superflua, digo, superficial. es lo que es. lo que pasa, lo que se ve, lo que ocupa este primer plano del que yo a veces quisiera irme. no, no es música de fondo porque yo estoy aquí, y sus manos recorren el piano y sale la música. triste, tristísima. música gris, música gris con acentos amarillos y azules. son sus manos, las teclas, mi cuerpo agotado en la cama. mis dedos recorriendo un teclado del que no sale música, pero sí algunas palabras. palabras que pueden ser grises, azules, amarillas. palabras tristes tristísimas. como nosotros estos días. ¿es esto el amor?

su espalda es una muralla, su espalda: camino lento, dureza sofocada, una nube anquilosada. su espalda blanca, sin ningún rasguño, sin ninguna marca: evidencia de todo lo que no pasa. evidencia de lo que pasa en otra espalda que se recuesta delicada y toda magullada en otro espacio que no es éste.

porque aquí solo habita el dolor de un piano, la idea remota de la suerte, el olor del sol cuando ha viajado mucho y llega, cansado de árboles y de cables, de espaldas y de besos, a meterse debajo de la almohada.

domingo, 9 de agosto de 2009

Cataratas

Es verano en Atlanta. Los días más calurosos, la semana cumbre. Es agosto y es Atlanta. Hace un mes era invierno. Lo pienso y parace material de otro verano. Invierno por fuera, verano por dentro. Lo pienso ahora, desde Atlanta y me invento un aburrimiento. No hay nada qué hacer. El calor es una piedra que aplasta los días.

sábado, 8 de agosto de 2009

Despertar

Hoy me desperté tarde, como casi siempre. A las 11:40, más o menos. Pero me siento madrugada. Finjo que es temprano, me invento algunas horas. Miento (si supieras cómo me miento) y asumo el día con la tranquilidad del que madruga. Qué me ayude Dios, al menos, en la empresa de la mentira. ¿Al que madruga Dios lo ayuda? Estoy bien. Me siento bien. Una taza de café, una torre de libros, una computadora, mi mano atrofiada. Todo bien. Hay que seguir. ¿Yo? Yo estoy bien, ya te dije. Haciendo cosas, ocupándome. Incapaz de alcanzar sus ojos.

No sé bien que es lo que ha pasado, pero me sobra la ausencia. La tengo aquí, pegadita de mi espalda. Estoy lejos, y las palabras me alcanzan sólo para lanzarme más allá. Más lejos. No estoy tan asustada, estoy exhausta de estos alrededores. Y de la niebla en mi cabeza, y de la debilidad de mis brazos, y de la lentitud de mis piernas. Pronto va a pasar algo. Yo lo sé. Yo lo espero. Pero, ¿se podrá escribir? Ese algo... ¿aguantará un relato? Hay que ver qué pasa con las cosas que pasan. Yo espero. Taza de café, torre de libros. Toda yo cercada por muros de mentira. No puedo esperar para que se acabe este puto día. Y acabo de recordar que me acabo de despetar.

Te extraño tanto.