miércoles, 24 de marzo de 2010

Juego de las formas. Una brisa que pasa. Pero todo inalterable. Todo de una inalterabilidad que da asco. El peso de los días acumulados detrás de mi espalda. Nudos de piel trepando mi cuello. Debajo de la almohada hay unos papelitos. A veces anoto mis visiones (odio decir pesadillas) y las dejo ahí hasta que agarren un poco más de sustancia. Las releo. Me espanto. Dormir sobre papeles, dice Lena, ayuda a conjurar los demonios. Pero qué carajos sabe Lena de mis demonios. La basura se acumula. Las formas no saben hacer fila, y se van juntando todas indiscriminadamente. La escritura no sana. No ordena. No obedece. La esritura es como ese sol de resolana que se anida en tu piel, tímidamente, para destruirte. Tú crees que es lindo, tú te abrazas a ese sol, tú lo buscas, abres tu cuerpo como se abren los libros, y pum! el muy hijodeputa de teja toda manoseada. Y entonces es como si el sol se orinara sobre tu piel.
Sí, un montón de basurita: papelitos con palabras, entradas a un diario que no puedo escribir, emails que quieren ser novela, llamadas alucinadas en medio de una noche literatosa, explicaciones que toman la forma de un poema, arrepentimientos absurdos por unos pocos besos, y el deseo a punto de convertirse en verguenza. Todo cabe. Todo entra. Todo se conecta. Todo se valida. Todo se cancela. Y hay días, hay ciertos días, en que la basura encuentra su sentido. Y es tan conmovedor ver que la basura entre en su cauce. Y es de una belleza tan tremenda verla salirse otra vez, desbordarse, cubrirlo todo con ese dominio que cierra las bocas más dadas a la palabra. Ah, las palabras. Hay días en que nos rescatan. Otros no. Y yo, últimamente, parece que todo lo que invoco lo convierto en basura.