viernes, 28 de noviembre de 2008

A parecido

Tuve que hacer el amor muchas veces para poder sacármelo todo. Tuve que. Tenía que. Reacomodar mi cuerpo a esa sombra de hombre que ya olvidé. Aunque me sigan llegando sus mensajes. Aunque su voz resuene, a veces, en mis sueños. No los de la noche, no. El es animal vespertino. A él lo sueño sólo en las siestas de la tarde.

Tuve que mirarme en el espejo varias veces para saber si era yo aquel reflejo embotado de nubes. Un borde como de musgo cubría mi piel. Casi se me salen todas las semillas. En efecto, era yo la que sostenía mi mirada desde el espejo. Los hombros los tengo decaídos, y la cabeza parece un pajarito. Todo se me ha puesto frágil.

La cosa es que siempre hay alguien que se va. En todas las historias. En las mías digo, ya alguien se ha ido. Y yo nunca sé si volverá. Ahí es cuando me lleno de fantasmas. Y eso, coño, eso me desgasta. Es como limar un hueso. Con todas las migajas podría hacerme otro cuerpo. Por eso es que a veces, aunque ahora me pasa más que antes, no me reconozco en el espejo.

El otro día vino un muchacho. Aquí el relato se pone extraño. En mis cuentos ya todos se han ido. Al no quedar nada, tengo que contarlo todo como en un pasado bien lejano. Pero ahora eso no puede ser. Ahora hablo de alguien que no es fantasma. Hablo de un hombre. Alto, flaco, con los ojos grandes. Yo no lo esperaba. Eso. Hablo de lo inesperado, en vez de hablar de lo ya vivido. De lo que latió y fue vida entre mis manos. Hablo, siempre hablo, de la naturaleza muerta. Muerta porque una vez estuvo viva, vivísima. Muerta porque ya no vuelve. Muerta porque sólo aparece en mi trazo que es una pobre mueca del recuerdo, ya de por sí amuecado. Pero ahora, como dije, esto cambia. Escribo delante de un hombre que no es sombra, que no es huella, que no es fantasma. Escribo en tiempo presente, y ese hecho es inconcebible.

Hay algo terriblemente desacomodado. Yo lo sé.

El hombre que digo era un hombre muy joven. (¿Será que puedo narralo en pasado, aunque esta historia sea presente?) Se le notaba en la forma en la que agarraba los objetos. En el modo en que tomó mi mano para saludarme, y en las chorreras que se abrían en su voz. El hombre del que hablo era un hombre muy maduro. Lo sabía por la maestría con la que sus ojos me miraban. Por el cansancio de sus hombros, y el ritmo de la respiración. Como si por cada inhalar y exhalar murieran cientos de árboles, se apagaran muchas luces, y temblaran millones de hectáreas de tierra. El hombre del que hablo carece de edad.

Este hombre que digo llegó un día de lluvia. El agua que caía era naturaleza viva. El agua que moría en mis ventanas era naturaleza muerta. Algo dentro de mí se empezó a mojar. Algo fuera de mí quiso secarse. Y así es como comienza esta historia.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

desacomodada

Tan pronto abrieron la puerta, supe que había cometido un error. Me asomé con cierta timidez, y sentí ese peso ingrávido de las miradas cayendo sobre el cuerpo. Como si se acumularan en mi piel todos los muros, y todas las paredes. No sé si pasó. Pudo haber sido parte de mi delirio. Es así.

En aquellos días todo el mundo hacía fiestas, y yo todavía no lograba encajar en ninguna. Me sabía rara, como atravesada por una isla que me halaba y de la que no podía salir. A veces creía que me ahogaba. El aire se trababa, las manos eran fuentes de agua. El cuerpo una cascada. Esa noche, cuando abrieron la puerta, supe que mi vida se había convertido en un traspiés. Era como si hubiera perdido el hábito de los espacios. Los lugares se cansaban de mi cuerpo. Las formas se me complicaban. Los árboles altos me asustaban. Estaba sola. Y saberlo como lo sabía me dolía más que la soledad.

Aquellos días había leído mucho, y la música no paraba. Mi cuarto era una herida abierta. Nadie entraba. Cerraba la ventana que venía a proponerme el día. Y el día sabía que yo estaba sola, y la ventana suplicaba, la ventana lloraba porque las hojas chocaban contra ella. Naturaleza muerta. Afuera, adentro. Todo se me venía pudriendo, y no había fiesta que pudiera resolverlo. Porque estaba sola y ellos lo sabían. Y su compañía se veía de pronto socavada por la grieta que salía de mi voz cada vez que yo trataba. Cada vez que me cansaba del miedo. Cada vez que yo quería cortar la noche que dormía siempre en mi casa, y llenarme de soles. Todo el día.

Por eso me mudé. De casa, país, de idioma. Ayer fui a una fiesta. Tan pronto abrieron la puerta, supe que había cometido un error. No duré ni cinco minutos. He aprendido a no insistir.

lunes, 17 de noviembre de 2008

naturaleza muerta. tú.



Un árbol como llama que se escapa. Un árbol es el principio de un incendio. Shhhhh: la tierra va a dar a luz un árbol. Fuego adentro/ fuego afuera. Ramas de esas que parecen dedos largos que quieren rascar la piel del cielo. Ramas como tus dedo haciéndome cosquillas. Risas como flores. Risas amarillas. Risas como llamas, como la copa de los árboles. Hojas, hojitas mínimas agarradas de las ramas que ya van soltándose del tiempo. Este tiempo. Ramas plumíferas. Árboles que son pájaros. Azul celeste. Azul de ese que ya nunca veo, azul de ese que me gusta tanto. Azul de la playa, y de los sueños que tengo. Dos pájaros azules sobrevolando el cielo. Era un sueño. La luz que se rompe como se rompen las cosas estos días. Todo va cayendo. Ayer salí. Ayer di una caminata. Y yo creo que la calle me esperaba. Ayer todo retrocedía. Hojas, árboles, ramas, cielo, pájaros. Caminando al revés. Y yo voy derechita por la ruta que me sé. No me quiero perder cuando hace frío y las manos no encuentran bolsillos para poderse esconder.

Ayer pasé por debajo de un árbol amarillo. Gigantesco amarillosísimo. Piel como papel rayado por los mimos de la luz descalza prendida en mis manos. Un árbol, una niña que era yo cuando me pongo niña. Una fábula casi lista. Ayer vi tu rostro en el rostro de aquel árbol. Vi tu pelo escapado como llamas de viento debajo de mi almohada. Vi tu tronco, tus ojos como hojas deshiladas por mis truenos. Ayer miraba el cielo, y algo cayó dentro de mis ojos. No era llanto real, era sólo una fracción del viento mezclada con alguna partecita de una semilla bañada en luz. Luz azul escapada de mi ojo. Todo está bien. Todo está en su sitio. La naturaleza muerta me revive, de a poco. El tiempo parece que va a explotar debajo de mis pies y yo no tengo nada importante que decir. Pero digo, y me recuesto en los decires que sigo diciendo aunque ya nadie oiga, aunque se acaben los oídos abiertos, aunque el árbol siga escupiendo sus semillas sobre mi cuerpo enramado al recuerdo del tuyo, que se enrama quizá, a otro tronco.

Árboles, hojas, luz de viento. Azul. A veces no sé si esto es esperarte. A veces, te juro, no sé si camino para ver tu rostro en una calle que no acaba y que se llena de otras cosas que no son tú. Soy toda yo llegando a la llegada que me espera como si no esperara nada. Llegada cansada de promesas desbandadas. Demasiada escritura. Demasiado fraguar en estas letras que son palabras. Si pudiera yo apalabrarte. Ponerte comas y llenarte de suspenso… si pudiera cercenar tu corazón con un punto de metal que te cerrara, que disecara cada frase de tu cuerpo mudo. Si yo pudiera hacerte cesar. Serías un puñado de hojas secas estallando debajo de mis pies. Naturaleza muerta. Tú.

jueves, 13 de noviembre de 2008

libélula



Ya me metí todas las letras al cuerpo. Yo ya no soy yo, somos sólo un montón de palabras caminando por la espalda. Café. Libros en orden, libros en desorden. Todo aquí está vivo. Anoche soñé con un caballo, con uno pequeño y con un unicornio bastante grande que querían subirse a mi cama. Como esos perros engreídos que se acostumbran a dormir contigo. Pensé en Habana, con la cabeza rubia en la almohada. Pero soñaba, y en el sueño tenía mucho sueño. Me pasaba la noche sacando al unicornio de la cama. Entonces desperté y vi que eran las cinco de la mañana. Miré por la ventana. Mejor dicho, miré la ventana y creí ver una libélula sobre mi computadora. Me restregué los ojos, seguía ahí. La cosa más rara. Comenzó a desaparecer delante de mis ojos. Como un recuerdo prestado borrándose. Era como si se hubiera escapado de aquel sueño, pero yo no recuerdo haber soñado con libélulas. Entonces, digo yo, puede que el unicornio de mi sueño soñara con libélulas. Puñeta. Si sólo pudiera espantar el sueño. Si sólo pudiera evitar los parpadeos que se hacen cada vez más lentos, más pesados… zzzzzz. Son estos días que se hacen largos. Es el pobre sol, lastimoso sol azul que parece como recién sacado de la tierra. Otoño manipulador. Los días son siempre niños, como un mantel muy limpio. Son todos estos libros mirándome, preguntándome, gritándome. Son estos días fríos. Son las muchas capas de ropa que me pongo.

No es nada. Son sólo mis exámenes que ya vienen. 4 días. Tengo que dejar de estudiar. La cabeza es un colador.