miércoles, 11 de marzo de 2009

Lejos

Ya no es tanto eso de estar fuera de lugar. Ahora es como un estar lejos. O como un sentirse lejos. Un borde agrio que se intuye debajo de los pies. A veces. Últimamente, casi siempre. Lejana, pero sabiendo lo que pasa allá. Al otra lado. Es decir, acá. ¿Me sigues? No todo lo puede explicar uno de forma adecuada. No siempre se adecúa uno al espacio, a las gravitaciones, a las mareas. No es que no se sepa estar. Se está, y se está bien. Pero lejos. Siempre lejos. Como detrás de una ventana cerrada.

Estos días me ha pasado. La lejanía. El querer hablar y sentirme tiesa en la palabra. ¿No te sentiste nunca como atrapado en un paréntesis? Pues así. Más o menos. A veces se lo achaco a él. (A veces, creo, te extraño) No sé. Como que necesito un poco el dolor ese que se cuajaba en cada palabra nueva que inventaba. Era el dolor. Pero era una casa. Ahora……………… todo lejos. Voces extrañas como atravesadas por una cortina de agua. Silencios plateados trepándose por mi garganta. Antes el silencio no era así. Ahora todo está en guerra. La casa, las voces, los silencios. Tú no. Tú no estás.

Quiero que se me entienda. Aire seco. Lluvia mojada. Todo bien. Todo normal. Pero lejos.

Todo (tus ojos, tu pelo, tus dedos) está como metido en un bolsillo que no es mío.

Lejos.

domingo, 8 de marzo de 2009

otro jodío poema. a cuestas.



…y digo, no es que la cosa se simplifique

en la poesía.

ahí ocurre el tranque alegre de las voces,
de los gritos, de los graznidos. y del llanto.
un viento breve despeina la palabra
y un árbol quiere nacer. aquí y ahora.
yo le veo la semilla. eso es. que aquí,
y a esta hora, pasa algo, nace algo.
algo se quiere formar, como una
enredadera en busca de paredes.

y la pared, a veces, parece que soy yo.
y yo no quiero ser pared, no quiero ser
la columna de donde se recuestan ellas,
tan cansadas de noches y de lentejuelas.
(sí, estoy hablando de la palabra
y de los colores y de las plumas de los pájaros)

hace tiempo que no salgo. hace tiempo que
no uso un vestidito de esos que brillan.
hace tiempo que no enseño las piernas
pero ahí están, colgando de mi cintura,
en el mismo lugar. hay cosas que no cambian.
como la manía de nombrar. pero estoy
claudicando, desistiendo de la sintaxis.
buscando el negativo de una frase rota
que me soltaste un día. eso es lo que hago.

jugar a ser la premonición de una noticia vieja.
ser el recuerdo de eso que olvidaste, que todos
olvidaron. ser testigo de las sombras. ¿memoria?
no. yo tampoco la tengo. ese es otro juego.

ahora yo. sola y en cantos.

no esperes una alegre melodía. esto toma tiempo,
y quizá no pase nunca. primero lo primero.
hay que disparatar. hay que joderle los oídos,
hay que desangrar la garganta. salivar el esqueleto.

fluctuar.

ser la inflexión esa que se insinúa
en la curva de su cuello. habrá que hacer otras cosas,
pero por ahora, con eso cuadramos. ¿Estamos?

sábado, 7 de marzo de 2009

En blanco



La materia del relato. O la protomateria, mejor. Esa es la cosa. Lo de adentro, la felpa, lo que antecede a la forma. El advenimiento de la forma. Mis rodillas son materia de relato. Se podría armar una historia compleja, y hasta bonita, a partir de las rodillas. No sólo de las mías. Piénsalo. La mesa del comedor en donde el gato se acuesta. La mesa en la que comíamos los tres hace como mil años. El tiempo. Esa es la otra cosa. El tiempo del relato y el tiempo en el relato. Hay que agrandar la palabra. Hay que estirar el trazo. Marcar la ruta de tus pies cuando se van, fomentar la llegada de un abrazo. Vamos a ver qué se puede hacer. Siempre hay que ver lo que se puede hacer. Los materiales están por ahí. Van apareciendo de a poco, o de sopetón. Y a mí me gustan las costuras. Este es un relato de costuras. Ahí hay otra historia. Ahí están los reversos. No hay que buscar mucho, hay que empezar la obra, hay que meterle mano al andamiaje. Hay que andar sobre tu espalda. Hay que confiar en las canciones, y en las pinturas y en casi todos los paisajes que se enmarcan detrás de la ventana. Ya sabes que siempre he pensado que me persiguen las ventanas. Hay que ser bien arrogante coño, o quizá sólo baste con estar muy asustada. De lo que se queda adentro, o de lo que está afuera. Hay que bregar con estos putos relatos que no quieren ser. Y que por eso, son. De cierta manera, digo yo, son.

Es decir, no se trata de narrar lo que pasó aquel día de nieve. Un libro blanco. Hay que narrar la nieve. Cómo se formó, de dónde vino. La nieve en los zapatos, la nieve dentro de mis pies. Y, pues, con el tiempo se aprende que la nieve no es más que agua. Sí, ya sé que uno no debería tardarse tanto en dar con esa cruenta verdad, pero es que el mito de la nieve tarda en derretirse. Y mis pies están fríos y mojados, y eso me lleva a otra historia igual de fría y de mojada. Pero este no es el momento. Tratemos de poner orden, aunque sea sólo un aguaje. Me encanta esa palabra, sobretodo escribirla: aguaje.

La nieve pegada en mi frente. Un beso frío. Tu boca. Todo está en blanco. Y todo se pone como liviano y sus ojos se ven aún más negros rodeados de nieve. Y la huella de su peso, de esa isla en peso, descansando en la yerba que hoy no es yerba porque es nieve.

Habría que narrar más. Pero esto es todo lo que puedo hacer ahora. Y es tan insuficiente como cualquier otro relato. ¿O no? Esto me dan ganas de escribir un poema.