miércoles, 28 de noviembre de 2007

A Lulú


In memoriam


Como aquellos sábados por la mañana que parecían veranos eternos, apostando más que a un talento musical, a la gracia de la vida. Como aquella ventana mágica por donde contábamos gallinas, (una de esas mordería el labio de mi hermana) o como el olor de la grama recién cortada. Así aparece el recuerdo de Lulú. Como una risa muda agarrada del viento, como aquel país feliz de la niñez. Ya sé que me la imaginé más, que me la inventé mucho más de lo que fuimos. Pero, así nos pasa con ciertas personas. La invención o el exceso no anulan la experiencia. Me acuerdo de su casa llena de luz, de sus manos largas, que ya anunciaban las primeras arrugas, sobre mis torpes y pequeños dedos tramando disparates sobre su piano. Y la recuerdo, más que nada, persistente en las historias de mi madre. La última vez que la vi no me hubiera reconocido sino fuera por la ayuda de mi amigo Luis. Había pasado tanto tiempo. Pero cuando me recordó, fue como si el tiempo le diera un coletazo que casi la sacó de su asiento. No se trataba de mí, claro, sino de un tiempo que ya había sido, de un mundo lejano. Y me sonrió con una sonrisa eterna. Porque Lulú era de esas personas que parecían mirarte desde todos los lugares, como bañada de historias, de muchos fuegos. Como si se hubiera robado algún secreto del que te hacía cómplice, aunque fuera por dos segundos. Lulú, Luz Elena ya no está, sin embargo sigue siendo. Porque hay quienes no tienen que estar para ser. Además, cómo deshacer la música, sobretodo cuando fueron tantas las voces mimadas por aquellas manos, tantos dedos adiestrados, amados, listos para el concierto de la vida.

No sé, pero creo que un piano ríe desde el cielo.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

La otra luz



a Alejandra

Y qué pesar se puede articular en este cuerpo hecho de luz?
¿Cómo llenar la página de sombras si un animal dorado
se ha metido en mi cuerpo?
No sé escribir la gracia que me rodea.

Los fantasmas salen asustados de mi piel.
Aquellos bordados hechos de lluvia, de insectos
y de manchas se me caen dejándome desnuda,
en tonos naranjas y lilas.

¿Quién abrió la puerta de aquella celda de muerte?
Camino como caminan los vivos,
me renuevo de memorias inventadas,
y me veo trepada en el tope de un árbol vuelta pájaro.

Abro mis alas y dejo caer todos mis muertos.
Un ejército de niñas me toma como rehén.
Río.

domingo, 18 de noviembre de 2007

Otoño caído


Cuando el frío se viste de fuego y las hojas, todas, recorren la ciudad. El día se vuelve austero estrenando colores que le recuerdan el principio de los tiempos. Hay una hoguera encendida y parecería que fuéramos nosotros sus leños. Son días de una alegría tan solemne que se enciende la melancolía, de un sólo toque.

Todo va cayendo, desordenadamente, en su sitio: los árboles alargan sus caras, los hombros se aflojan, cada pisada cruje. Se va desbarrancando el otoño.