Dos búhos enormes (¿como todos los búhos?) delante de mí. Dos aparatos de esos, sobrevolando mi cabeza. Eran las 10:30 de la noche. Yo regresaba de su casa cuando vinieron los búhos. Los dos se acomodaron en una misma rama. Me acerqué y no los puede ver. Todo muy oscuro. Tuve miedo de que el búho me viera buscándolo. Yo creo que ellos saben. Y una nunca sabe qué tipo de represalias pueda tomar un búho. Decidí entrar a la casa, y entonces los vi otra vez. Sus ojos amarillos (¿cómo es que todo lo importante llega envuelto en amarillo?) mirándome. ¿Mirándome? El otro ya había volado. Sólo uno se quedó en aquella rama.
Noche atlanteña. Parece que hay un sol negro muriendo allá arriba. Todo transpira, hasta los árboles. Y estos dos búhos. ¿Los has visto de cerca? Dan miedo. Sus alas abiertas, moviéndose en silencio, pesadas, tragando sólo un poco de viento. El que se quedó parecía que me quería decir algo. Caminé hasta un banco, me senté y te llamé. Te dije que acababa de ver dos búhos, te decía que eran muy grandes, y que parecía que me estaban siguiendo. Mientras te lo contaba, el susodicho apareció detrás de mi, derechito en un cable de teléfono. Digo de teléfono por decir algo. La verdad no sé qué cable era, nunca había visto ese cable, pero es que hay cosas que sólo podemos ver cuando un búho se posa sobre ellas.
Eran las 10:30 de un día que había empezado hacía como 48 horas. Verano te vas, y me sorprenden tus manitas… no me acuerdo de ese verso de Vallejo. Ya lo buscaré. Es que a veces pasa que el tiempo se detiene. Yo no sé si tu has visto a un búho parado en un cable delante de ti, cerca y sin miedo, esperando alguno de tus movimientos. El tiempo se detiene. Casi lo puedes ver, tensándose dentro de sus plumas. Hay, por supuesto, otras imágenes que saben cortar el tiempo. Como el papá sacando su ropa del armario, y mirándote con cierto miedo, o como su rostro dormido debajo del agua.
El búho se movió una vez más, y te lo dije. Mi voz se quebró. Te asustaste un poco. Quizá pensaste que me había vuelto completamente loca, y que no habían búhos de verdad, sino un montón de animalejos caminándome la cabeza. Pero me recuperé pronto. Después de todo, era sólo un búho quien me miraba tan fijamente. Te repetí que el búho me seguía, que había volado del cable hasta esa estatua que está en el medio del jardín. Te dije que no entendía, que no sabía que hacer, que tenía miedo de que algo pasara. Te dije, a modo de broma, para espantar mi espanto: What does this mean?! Traté de que no fuera importante, pero tú sabías que algo estaba pasando.
Voló. Se perdió entre los árboles. Lloré en la sala de mi casa. Todos sabemos por qué lloré. A veces nos pasan cosas muy lindas, y no sabemos qué hacer depués. Y quizás no a todos nos debería pasar lo hermoso. Lo tan hermoso que siempre corta el tiempo.
viernes, 23 de julio de 2010
domingo, 27 de junio de 2010
panes y peces
El sueño se me hacía traspiés y caída…
Dormí el tiempo que habitualmente en el día
estamos despiertos.
José Lezama Lima
eran un montón de peces
metidos debajo de mi
almohada, dentro de una
mañana raquítica, de esas
que se quieren poner una
levita y meterse al claustro
sin hablar con la visita.
peces apesadumbrados,
saltando como salta mi
garganta cada vez que el
aire. cada vez que la tráquea
se me tran.ca. cada vez que.
creo que. casi. no puedo.
respirar.
eran como una manada.
qué digo yo manada,
digo un manantial malévolo
de peces casi vivos casi muertos
debajo de mis sábanas a punto
de naufragar. mis ojos eran
dos almejas, solitas, como un
caracolito de la mar que se
quedó sin bailar en medio
de la ciudad. entonces me
llené de sal. y me llené de azul.
se me llenó la lengua de escamas
y otra vez. la torpeza. la tristeza.
de no poder. de no querer.
respirar. ¿asma? ¿alma?
mala ejecutoria pulmonar.
peces y peces, que no panes.
pesares de esos pesados como
uno que otro pasado reposado
y a veces repasado en la memoria
imaginaria que a veces
también es la real.
pesco los peces
que duermen en la almohada,
peso mi cuerpo liviano que se
estira sobre la mañana y los veo
pasar. los peces todos se van.
mis ojos almejados se quieren
despertar.
estos cabrones sueños,
un día de estos,
me van a matar
Dormí el tiempo que habitualmente en el día
estamos despiertos.
José Lezama Lima
eran un montón de peces
metidos debajo de mi
almohada, dentro de una
mañana raquítica, de esas
que se quieren poner una
levita y meterse al claustro
sin hablar con la visita.
peces apesadumbrados,
saltando como salta mi
garganta cada vez que el
aire. cada vez que la tráquea
se me tran.ca. cada vez que.
creo que. casi. no puedo.
respirar.
eran como una manada.
qué digo yo manada,
digo un manantial malévolo
de peces casi vivos casi muertos
debajo de mis sábanas a punto
de naufragar. mis ojos eran
dos almejas, solitas, como un
caracolito de la mar que se
quedó sin bailar en medio
de la ciudad. entonces me
llené de sal. y me llené de azul.
se me llenó la lengua de escamas
y otra vez. la torpeza. la tristeza.
de no poder. de no querer.
respirar. ¿asma? ¿alma?
mala ejecutoria pulmonar.
peces y peces, que no panes.
pesares de esos pesados como
uno que otro pasado reposado
y a veces repasado en la memoria
imaginaria que a veces
también es la real.
pesco los peces
que duermen en la almohada,
peso mi cuerpo liviano que se
estira sobre la mañana y los veo
pasar. los peces todos se van.
mis ojos almejados se quieren
despertar.
estos cabrones sueños,
un día de estos,
me van a matar
miércoles, 16 de junio de 2010
No sé describir este paisaje. Súbito. Todo estaba quieto. Son de estos momentos de los que no se puede escribir, aunque todo te diga que sí. Demasiada vida como para ponerla en un papel. Y yo quisiera, pero a veces no se puede. Ni escribir, ni otras cosas. Todo estaba quieto. Y el calor. Son las 7 de la noche en Atlanta. El sol sigue matando ese edificio blanco que se mete por mi ventana. Todo quieto hasta que. Todo en clave de tormenta. No era una tormenta, pero la expresión de mi cara hubiera sido la misma si se tratara de una tormenta. Entonces, hay algo en mis ojos, hay algo en los gestos, en el modo en que detuve mi lectura, que delata una tormenta. Es un secreto, como todas las cosas importantes. Acurrucadas allá. En el fondo. Pero tormenta. Los árboles, no sin poca violencia, abrazados al cristal de esta ventana. Árboles tormenta. Gotas de lluvia. Luego, la lluvia. Viento. Todo estaba quieto. El cielo negro. Mis ojos, lelos, detrás de la ventana. Ella, desde la sala, dice: “What? Stormy.” Sé que no es alucinación. Te quiero. Mis ojos y la tormenta. Yo te quiero. Y después de ese gris oscuro que, a veces, nos da miedo, aparece el amarillo claro. Pero hay que fijarse bien, hay que levantar la mirada para ver ese amarillo como lleno de cenizas. Todos saben que es el último secreto del sol. Y se va, pero se deja ver mientras se va, y eso es lo importante. Dejarse ver mientras se va. Y yo te sigo queriendo. Aunque te vayas, porque puedo verte mientras te vas, porque puedo estudiar cómo es que te vas.
lunes, 17 de mayo de 2010
para Mara Pastor
los cudriláteros de lluvia me persiguen. gracias a ella. me persiguen. quizá sea porque no ha parado de llover. llueve que te llueve, dice mi mamá. lo dice cuando sale de la casa, y otra vez, cuando llega cansada del trabajo. como si así se desquitara del agua. llueve que te llueve. cantaleta de la lluvia. yo, sentada en el centro de estos cuadriláteros de lluvia. yo, muy breve, muy ligera, abriendo un paraguas. sentada, piernas cruzadas, tremebundeando aguitas. yo, de rodillas en el centro, cerrando el paraguas. el agua entra. no me moja, el agua resbala por mis hombros, pero no me moja. es que ni siquiera puede, el agua, mojarse a sí misma. eso es lo raro de los cuadriláteros de lluvia. agua como brisa. agua seca. yo veo su boca en pleno vuelo. veo un micrófono, veo sus rizos atormentándonos a todos. y ella dice "cuadriláteros de lluvia." y yo supe, yo supe que esto me perseguiría. para siempre. ¿y qué? ella dice, ella dijo, "no se vive de la poesía, pero se está en ella". puede ser, pero yo siento que vivo, yo creo que por estos días me alimento, únicamente, de esos cuadriláteros de lluvia.
los cudriláteros de lluvia me persiguen. gracias a ella. me persiguen. quizá sea porque no ha parado de llover. llueve que te llueve, dice mi mamá. lo dice cuando sale de la casa, y otra vez, cuando llega cansada del trabajo. como si así se desquitara del agua. llueve que te llueve. cantaleta de la lluvia. yo, sentada en el centro de estos cuadriláteros de lluvia. yo, muy breve, muy ligera, abriendo un paraguas. sentada, piernas cruzadas, tremebundeando aguitas. yo, de rodillas en el centro, cerrando el paraguas. el agua entra. no me moja, el agua resbala por mis hombros, pero no me moja. es que ni siquiera puede, el agua, mojarse a sí misma. eso es lo raro de los cuadriláteros de lluvia. agua como brisa. agua seca. yo veo su boca en pleno vuelo. veo un micrófono, veo sus rizos atormentándonos a todos. y ella dice "cuadriláteros de lluvia." y yo supe, yo supe que esto me perseguiría. para siempre. ¿y qué? ella dice, ella dijo, "no se vive de la poesía, pero se está en ella". puede ser, pero yo siento que vivo, yo creo que por estos días me alimento, únicamente, de esos cuadriláteros de lluvia.
hay una grieta en el techo de mi casa. cada vez se hace más grande. ayer, la noche tembló. ayer un pedazo de tierra, un pedazo de tierra que a veces sirve como país, como casa, como el lugar del odio, tembló.
hay una grieta en el techo de mi casa. una grieta al lado de una noche en pleno temblor. ahora está más grande. es lindo ver cómo una grieta se hace fuerte. anoche, acostada en el sofá de la sala de mi casa, miraba esa línea, esa herida granular escupiendo pedacitos de pintura blanca. llovía. llueve mucho estos días, y la grieta comienza a traficar gotitas de agua. la grieta ya no es sólo una grieta. ahora es también gotera.
es lindo ver cómo una grieta (una grieta casera) se hace grande, fuerte, multifacética.
claro, caro que pensé en mis grietas. tengo 29 años. soy una adolescente a destiempo. sí, yo veo la grieta y me dan ganas de escupir gotitas. ¿llorar? llorar por nada, por todo, cuando tienes 29 años, es medio ridículo. claro que pensé en mis grietas, en mis temblores, en la pinturita de mi cara que se va deslizando cuando las gotitas. asoman.
si tiembla otra vez, si temblara esta noche, otra vez, la grieta se abrirá más, y quizá, puede que hasta deje de ser grieta. y no es miedo lo que pasa, es pueril curiosidad por lo que salga de ahí. porque una, a los 29 años, todavía no sabe qué cosas se esconden detrás de una grieta. y esta casa es tan vieja. como yo. mi edad toda arrugada. parece que la piel aguanta más. que el cemento y la varilla.
parece que. y yo no sé, yo no sé si quiero saber lo que habita detrás de una grieta.
hay una grieta en el techo de mi casa. una grieta al lado de una noche en pleno temblor. ahora está más grande. es lindo ver cómo una grieta se hace fuerte. anoche, acostada en el sofá de la sala de mi casa, miraba esa línea, esa herida granular escupiendo pedacitos de pintura blanca. llovía. llueve mucho estos días, y la grieta comienza a traficar gotitas de agua. la grieta ya no es sólo una grieta. ahora es también gotera.
es lindo ver cómo una grieta (una grieta casera) se hace grande, fuerte, multifacética.
claro, caro que pensé en mis grietas. tengo 29 años. soy una adolescente a destiempo. sí, yo veo la grieta y me dan ganas de escupir gotitas. ¿llorar? llorar por nada, por todo, cuando tienes 29 años, es medio ridículo. claro que pensé en mis grietas, en mis temblores, en la pinturita de mi cara que se va deslizando cuando las gotitas. asoman.
si tiembla otra vez, si temblara esta noche, otra vez, la grieta se abrirá más, y quizá, puede que hasta deje de ser grieta. y no es miedo lo que pasa, es pueril curiosidad por lo que salga de ahí. porque una, a los 29 años, todavía no sabe qué cosas se esconden detrás de una grieta. y esta casa es tan vieja. como yo. mi edad toda arrugada. parece que la piel aguanta más. que el cemento y la varilla.
parece que. y yo no sé, yo no sé si quiero saber lo que habita detrás de una grieta.
sábado, 10 de abril de 2010
Vida
Salgo. Hace sol. Me recuesto y leo un ensayo de Marcuse sobre la cultura. Un abejón enorme se me pone delante. No vuela, se sostiene como por arte de magia, delante de mi cara. Leo. Ana me dice que tuvo un sueño anoche. "Soñé que me moría, y una de mis hijas me decía que me extrañaba mucho". Ana lloró esta mañana, por una hija que no es, pero que habitó su sueño un instante. Ana lloró, me cuenta, lloró mucho, por dejar a tres hijitas huérfanas. "¿Eran bonitas?", le pregunto, y Ana responde que no. "Se parecían al papá."
Es por la tarde, pero yo vivo este día como si fuera eterna mañana. Es primavera. Flores grandes, flores chicas. Margaritas.
Ayer un poeta me llamó, y yo sentía que todo era como un cántico. Voz de 83 años, deletreándome con sumo cuidado su email. Un poeta una vez escribió en unos Ritmos acribillados: "Voz tuya, casi irreal, por el hilo del teléfono. Pero, ¿irreal? No, modulante, tangible soplo que pudiera tocar. Sin embargo, choca con ella mi sueño, mi recuerdo; choca mi sangre, lastrada como sombra". Sí, ayer me llamó un poeta. Voz suya, casi irreal, por el hilo del teléfono.
Hace un rato, también, la voz de mi madre en el teléfono. Mi madre se ha independizado mucho últimamente. Ya no me llama tanto, ni se apura en devolver mis llamadas. "Estoy de frente al Atlántico", me dice, mientras va describiendo con cierta glotonería los azules claros, oscuros, turquesas, las brisas rápidas, o suaves, secas, o mojadas, el sol trepado allá arriba, el sol bajando por sus hombros, meciéndose en un balcón de un hotel de Puerto Rico. Mi madre frente al mar. Una de mis imágenes favoritas.
Yo salgo. A veces hay que salir. Aunque no se esté en una isla, hay que salirse por algún balcón de Atlanta. Yo me pongo debajo del sol, vigilo al gato cubierto de polen, jugando con las hojas, y pienso en las hijas de Ana,y pienso en el poeta que ayer me llamó, y veo a mi madre frente al mar más hermoso del mundo, y pienso, yo pienso, honestamente, que es linda la vida. Como un cuadro que aprende a moverse, como un rostro que ensaya sus primeros gestos, yo escribo y descubro que sí. Que hay vida. En las letras, en los sueños de Ana, en el teléfono, en un gatito cazando hojas, y en esto que se escribe. Hoy, ahora. Vida.
Es por la tarde, pero yo vivo este día como si fuera eterna mañana. Es primavera. Flores grandes, flores chicas. Margaritas.
Ayer un poeta me llamó, y yo sentía que todo era como un cántico. Voz de 83 años, deletreándome con sumo cuidado su email. Un poeta una vez escribió en unos Ritmos acribillados: "Voz tuya, casi irreal, por el hilo del teléfono. Pero, ¿irreal? No, modulante, tangible soplo que pudiera tocar. Sin embargo, choca con ella mi sueño, mi recuerdo; choca mi sangre, lastrada como sombra". Sí, ayer me llamó un poeta. Voz suya, casi irreal, por el hilo del teléfono.
Hace un rato, también, la voz de mi madre en el teléfono. Mi madre se ha independizado mucho últimamente. Ya no me llama tanto, ni se apura en devolver mis llamadas. "Estoy de frente al Atlántico", me dice, mientras va describiendo con cierta glotonería los azules claros, oscuros, turquesas, las brisas rápidas, o suaves, secas, o mojadas, el sol trepado allá arriba, el sol bajando por sus hombros, meciéndose en un balcón de un hotel de Puerto Rico. Mi madre frente al mar. Una de mis imágenes favoritas.
Yo salgo. A veces hay que salir. Aunque no se esté en una isla, hay que salirse por algún balcón de Atlanta. Yo me pongo debajo del sol, vigilo al gato cubierto de polen, jugando con las hojas, y pienso en las hijas de Ana,y pienso en el poeta que ayer me llamó, y veo a mi madre frente al mar más hermoso del mundo, y pienso, yo pienso, honestamente, que es linda la vida. Como un cuadro que aprende a moverse, como un rostro que ensaya sus primeros gestos, yo escribo y descubro que sí. Que hay vida. En las letras, en los sueños de Ana, en el teléfono, en un gatito cazando hojas, y en esto que se escribe. Hoy, ahora. Vida.
miércoles, 24 de marzo de 2010
Juego de las formas. Una brisa que pasa. Pero todo inalterable. Todo de una inalterabilidad que da asco. El peso de los días acumulados detrás de mi espalda. Nudos de piel trepando mi cuello. Debajo de la almohada hay unos papelitos. A veces anoto mis visiones (odio decir pesadillas) y las dejo ahí hasta que agarren un poco más de sustancia. Las releo. Me espanto. Dormir sobre papeles, dice Lena, ayuda a conjurar los demonios. Pero qué carajos sabe Lena de mis demonios. La basura se acumula. Las formas no saben hacer fila, y se van juntando todas indiscriminadamente. La escritura no sana. No ordena. No obedece. La esritura es como ese sol de resolana que se anida en tu piel, tímidamente, para destruirte. Tú crees que es lindo, tú te abrazas a ese sol, tú lo buscas, abres tu cuerpo como se abren los libros, y pum! el muy hijodeputa de teja toda manoseada. Y entonces es como si el sol se orinara sobre tu piel.
Sí, un montón de basurita: papelitos con palabras, entradas a un diario que no puedo escribir, emails que quieren ser novela, llamadas alucinadas en medio de una noche literatosa, explicaciones que toman la forma de un poema, arrepentimientos absurdos por unos pocos besos, y el deseo a punto de convertirse en verguenza. Todo cabe. Todo entra. Todo se conecta. Todo se valida. Todo se cancela. Y hay días, hay ciertos días, en que la basura encuentra su sentido. Y es tan conmovedor ver que la basura entre en su cauce. Y es de una belleza tan tremenda verla salirse otra vez, desbordarse, cubrirlo todo con ese dominio que cierra las bocas más dadas a la palabra. Ah, las palabras. Hay días en que nos rescatan. Otros no. Y yo, últimamente, parece que todo lo que invoco lo convierto en basura.
Sí, un montón de basurita: papelitos con palabras, entradas a un diario que no puedo escribir, emails que quieren ser novela, llamadas alucinadas en medio de una noche literatosa, explicaciones que toman la forma de un poema, arrepentimientos absurdos por unos pocos besos, y el deseo a punto de convertirse en verguenza. Todo cabe. Todo entra. Todo se conecta. Todo se valida. Todo se cancela. Y hay días, hay ciertos días, en que la basura encuentra su sentido. Y es tan conmovedor ver que la basura entre en su cauce. Y es de una belleza tan tremenda verla salirse otra vez, desbordarse, cubrirlo todo con ese dominio que cierra las bocas más dadas a la palabra. Ah, las palabras. Hay días en que nos rescatan. Otros no. Y yo, últimamente, parece que todo lo que invoco lo convierto en basura.
viernes, 4 de diciembre de 2009
escribir, escribir, escribir. la vida no. ya no. escritura, objetos de papel, el suave silencio de las letras cayendo en la página. el agua. el ojo. la historia del llanto pegado a un poema. escribir, escribir, escribir. ¿cómo es que cada vez es la primera vez? escribir sabiendo que no pasa nada. escribir esperando su llegada. escribir sabiendo que no llega. escribir y ver que la escritura no mueve las cosas, la vida, lo que respira allá. todo es una repetición, una nueva repetición. palabra para comer, palabra para beber, palabra para tocarle un dedo. acaso, un tímido dedo. llorar sobre su piel. inventar el origen de sus párpados. pensar en una poeta. escribir en su cuello con tu dolor, dolor empequeñecido ante el saber. ¿saber qué? ¿saber de qué? ¿saber para qué? no se sabe. algunas cosas no se saben nunca. y más nunca se sabrán. es así. la vida. la escritura no. la escritura es fácil. lo jodido es vivir. aprender a existir. aprender a pesar de. frío, heridas, sal, alcohol. la escritura es una enfermedad de superficies. escribir es encontrar un punto medio entre esculpir y escupir. un poco como un escupitajo: salivar, tajar. escribir sabiendo que escribes para él. decir que escribes para ti, por ti. escribir y saber que escribes por mi. y que yo. saber que a veces yo no sé. escribir, escribir, escribir. ¿para qué? ¿por qué? la escritura es una enfermedad de superficies. tú no. tú te multiplicas tranquilamente por debajo de mi piel. el amor es una enfermedad de las entrañas. escribir es fácil. escribir tu olor, dibujar con mi boca tu manera de sonreír, reproducirte hasta el cansancio, regresar a la enfermedad. regresar a ti que ya no estás. ¿llorar? escribir. escribir y saber que nada pasa, que son sólo letras muertas en una pantalla. palabras que tú no sabes, palabras que tú no lees, palabras que no existen. que nunca existieron. palabras que no son verdad. escribir para no tener que decir. escribir para guardar. escribir para botar. escribir para ver si se acaban las palabras. y el deseo. escribir amor y no sentirlo. escribir dolor y no sufrirlo. escribir para bloquear. escribir para entrar. escribir para salir. escribir y llorar. sólo un poco. siempre, al final de las palabras, habrá que cubrirse el rostro, y fingir llorar.
miércoles, 11 de noviembre de 2009
Río Piedras, a Juank
su voz estaba rota.
me llegaba
como un río de piedras
que lo moja todo
en medio de ese
silencio tumultuoso
que nos vence a veces,
si estamos solos
y es de noche.
y es la ciudad.
cuando el cuerpo
no es más que el
episodio crítico de una
mínima trama
que llega afiebrada
hasta el otro lado
del teléfono.
y yo no soy yo.
yo sólo soy
esa otra voz
pegada a la suya.
montada en esa otra
que es ya tan mía.
un blando susurro que
se agita en su cabeza
como una de esas palomas
que llegan solas
a recoger el pan.
si es de noche
y hace frío
y estás en una isla
y pareces ciudad.
jueves, 5 de noviembre de 2009
Black Holes
Hoyos negros
o
estrellas colapsadas,
se preguntaba un tipo
en la televisión,
mientras agitaba
las manos, como
buscando mi aprobación.
“no se sabe, no se sabe
que es lo que hay más allá”
un imán atormentado
de ciudades y de hombres,
todos extraviados,
inmortalizados
por un error de cálculo.
hoyos negros
o
estrellas colapsadas
preñadas de esa luz
huída y arrancada.
fugada
como se me fuga
tu fantasma.
hoyos negros:
es que me acordaba
de tus ojos:
esqueletos
de una historia
mal contada.
abro la mirada
y me lleno de noche.
entre tú y yo se estira
el universo.
el tiempo se cae
como
mi
c
u
e
r
p
o.
bacanal de gravedades,
arcilla pesada
que se hunde
como un barco
ahogado en tempestades.
es que me acordaba
de tus ojos:
dos estrellas muertas
en medio de la noche.
un misterio como
una palabra helada
como una mirada
que se mira desahuciada.
mi voz llega agrietada,
lacerada de tiempos
y de muertes.
me recuesto
en el recuerdo
de tu pecho:
muro centrífugo
en caída libre
hasta mi almohada.
piel de luna mansillada.
la metáfora de Galileo
es la de la corruptibilidad.
hoyos negros
o
estrellas colapsadas.
agujeros de luz
moribundos de fulgor.
resplandor volcado.
portal de luz disfrazado
de esqueletos estrellados.
es que me acordaba
de tus ojos:
hoyos negros
mirados desde adentro,
brillo agudo
vestido de silencio.
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