sábado, 6 de octubre de 2007

semáforo

El rojo brilla en su cara abierta. Se prepara para dos minutos de fama, o de piedad comunal.Una bola transparente baila sobre sus hombros. Parece que los brazos murieran de risa cada vez que la pelota roza su piel. Baile desordenado de huesos apayasados. Todo pasa en un instante que, a pesar de su fugacidad, parece reunir el cansancio del tiempo, la larga espera de una buena noticia que no llega. Cuando el verde llena las capotas de los autos, se les devuelve algo (¿la paz?) a los testigos apenados por ese circo improvizado. El chico agita su mano, ríe en el mismo borde de su llanto, lanza una mirada preocupada. Piensa, – yo sé que piensa– en algo terrible que está por pasar cada vez que abre su sombero y las monedas caen. Y él se muere, tan correctamente, tan generosamente, buscando las sombras en medio de esta interperie solar, mientras espera decididamente, el próximo cambio de luz.

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