domingo, 3 de agosto de 2008

V. Tedio


Nada que hacer. Miro desde lejos la ventana de la sala. El mismo árbol que insiste en meterse a mi casa, las mismas ardillas columpiándose de sus ramas, el mismo cuerpo encorvado por la disciplina del estudio frente al escritorio. Me consume el calor y este bulto de piedras en el que se ha convertido el tiempo que no quiere pasar. El estancamiento es general, llevo tres días en la misma página, de mis libros y de mi vida. Lo único que me salva de la modorra son las piruetas del humo, los círculos cada vez más perfectos que se dibujan sobre mi nariz. Me he hecho una experta enrolando en estos días. Tengo ganas de acostarme con alguien que no sea él. Un cuerpo podría rescatarme un poco de este precipio por el que me caigo cada vez que el tedio se me mete dentro de la piel y me reviste de insectos, y las musas no se asoman porque sólo llegan los fantasmas que, reacios e iracundos, no se dejan atrapar por mis relatos. Y mis ojos se cansan de seguirle la ruta a las palabras. Soy un pedazo de carne tecleando maldades. De vez en cuando me lanza una mirada, sonríe pero no del todo, es una sonrisa que pide permiso para sonreir más. Le doy permiso sólo con un gesto. Sonríe, intuye que soy suya y que al menos en este instante, confirmo un pacto secreto que olvido fácilmente.

Son las 4:51 de la tarde, pero no importa. Ni hoy, ni tampoco por los próximos tres meses. Ya he dicho que el tiempo no pasa, es sólo un manto blanco que se llena de luces y de fuegos, y de su voz que ahora canta una canción improvisada sobre pájaros que se convierten en monos y brincan sobre ramas. Monckey birds have to sing and swing all night. They have no friends. Podría matarlo con mis manos ahora mismo, ahora que trato de enderezar el día por medio de mis palabras, ahora que casi logro sujetarme del tedio y decir algo más, ahora que este pájaro estúpido que canta dentro mí quiere hablar, tú, maldito insensato, comienzas a cantar. Estoy a punto de perder el control cuando se calla. Porque lo he matado, aunque no con mis manos. Una mirada ha bastado para taladrar un poco su conciencia y dejarle saber que no soy tan de él. Al menos no con esa devoción que admite cualquier tontería, en cualquier momento. Lo miro y sabe que no me posee, dejo que cuente los segundos en los que me alejo y me lleno de una niebla que lo hunde. Ningún puente que cruzar. Sabe que cuando lo deje será bajo este mismo formato, una cosilla que se desata en un día malo, de esos a prueba del tiempo. Y sabe que será en verano.

Una brisa entra por la ventana, escurriéndose por las hojas del árbol que casi me pertenece. Una brisa fría, como de mar. Me calmo y vuelvo a él. Le digo que me perdone por haberlo mirado así, le explico que intento escribir algo. “Your novel” responde. Le digo que no es una novela, que es un libro de ensayos, o algo así, ensayos, relatos. Sólo le digo que es algo messy, y que cante, que siga cantando su canción de los monos y de los pájaros. Sonríe y me dice que no ha dejado de cantar, que canta por dentro, que está escribiendo un musical. Pienso que este tipo con el que vivo está más loco que yo, mucho más, y tiemblo de sólo pensar las cosas que escribirá en su diario, cuando es él quien se aleja y me mira, levanta una ceja y me da permiso para sonreir. Cuando son sus ojos grises los que se llenan de más gris, y me miran desde el olimpo. Desaparezco por un instante y regreso. Lo veo lavando los platos y cantando en silencio, puedo ver su diafragma contraerse, sus labios moverse, sin emitir ningún sonido. Lo quiero.

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