lunes, 3 de enero de 2011

Flor o el fuego. Homenaje a Jim y a Bolaño.


"Se llamaba Jim." Así comenzababa, creo, un cuento de Bolaño. Jim mirando el fuego. Jim, tragando palabras como quien traga pedazos de fuego. Malabaristas. Bolaño narrando a Jim, volviéndolo liviano y contundente, amarrándolo a sus palabras y al gesto triste de sus manos buscando bolsillos.

Y es que, mirando a Flor el otro día, después de tanto tiempo, pude entender un poco el fuego, o la ilusión del fuego que obsesionaba a Jim. No sé muy bien cómo se fueron atando estos cabos. Quizá aquellas luces de navidad rebotando en su carita de niña como en medio del desierto, me devolvieron al relato. Jim en la ciudad de México, sobreviviendo a la terrible belleza de un fuego que sabe ser amaestrado, y Bolaño, acostado bocarriba en una playa cualquiera incendiado por mil demonios, todos afiebrados. Y Flor, mi Flor de siempre, mi Flor que es sirena, y que es la risa, y que son las canciones de dos niñas saltando al vacío en una noche de verano que se repite más que todas las islas juntas, no sabe de Jim, ni sabe de Bolaño. Y tampoco sabes, Flor Celeste, que yo escribo estas líneas para ti, aunque no quieras amarras, ni reales ni virtuales, aunque te niegues rotundamente a hurgar en este universo de blogs, de emails, de facebooks, y de todas esas cosas que no saben sacudirte el polvo de los pies.

Flor no contempla el fuego, pero el fuego la persigue, y le va dejando una estela de ceniza en la piel. No, Flor no mira el fuego, pero cada vez que yo la miro a ella, algo adentro se quiere quemar. Y sigue pasando el tiempo, y siguen pasando los días en donde no cabemos juntas, y seguimos riéndonos de fuegos pasados, buscando quemaduras viejas, encontrando soledades, extrañandonos tanto.

Pero Flor y el fuego. Su pelo largo contando secretos, su boca pequeña acunando palabras muy grandes, sus rodillas fuertes, a prueba de golpes, de arrecifes, de océanos, de balas.

Y te sigo en el recuerdo mi Flor, colocando espejos en el fondo de una piscina para ver cómo nadaban las sirenas. Saltando de espaldas, cayéndote de lado, tirándote de cabeza, tan llena de barrancos, resbalando a propósito, violentando el vacío con tu risa, consumiéndote en ese fuego tan tuyo que no quema.

Porque Jim y el fuego: espalda encorvada reposando silencios. Porque Bolaño y el fuego: quemaduras a destiempo. Porque Flor y el fuego: desapareciendo lentos, en su marcha de cristales rotos, prendiendo un cigarro a lo lejos, murmurando sanidades, apagando, a veces, todos mis incendios.