viernes, 9 de marzo de 2012

Luzderama

El morir de las ramas, el aleteo roto de un pájaro cuando se acerca, la muerte del aguacero creciendo en tu garganta.

La luz te obliga a bajar la cabeza.

Las cosas no están en su sitio, pero. Los justos, los cansados, los felices, los que traen la risa amarrada al grito, entran.

Miro mis esquinas.

El martes llega con una delicadeza que me parte el alma. Ya no pregunto tantas cosas. Ya no me deslizo, frágil y violenta, por el borde de tu estatua. Los días y los trabajos. Los días y los trabajos repito como queriendo avanzar un milagro. Todo trabaja. Las hojas y el viento, el río y la tierra, la sombra y la palabra, tus hombros y el sol.


Claridad de desierto moliendo pupilas en la hora más triste del día. No pasa nada, y sin embargo. Todo se borra, todo se empequeñece, todo se muere un poco. Brillan tus ojos como el miedo, cargando una alegría desalmada. El paisaje se puebla de vacíos pequeños en donde todos echamos un poco de odio. La maledicencia se trasnocha en la frente de un niño. La culpa no es huérfana. La culpa es siempre de lo que va naciendo.

Siembras tu dolor
esfinge lenta
frente a la mañana.

Cae la noche antillana como un sombrero despiadado sobre mi casa en Atlanta. Cae la noche antillana debajo de este cielo en donde el viento, a veces, trae más viento. Cae la noche tropical en esta alcoba desde donde se ha visto nieve y remolino. Cae la noche sin pezuña, pero con alambre y con el recuerdo de lo que fue una montaña.

La mañana ya no adorna nada. Sales con el viento y la mirada plana: te buscas, ¿desolado? en la sordera de ese aire cojo que respira lluvia de ventana.


  

1 comentario:

Blanco White dijo...

Hermoso. Para adorarse.