Tuve que hacer el amor muchas veces para poder sacármelo todo. Tuve que. Tenía que. Reacomodar mi cuerpo a esa sombra de hombre que ya olvidé. Aunque me sigan llegando sus mensajes. Aunque su voz resuene, a veces, en mis sueños. No los de la noche, no. El es animal vespertino. A él lo sueño sólo en las siestas de la tarde.
Tuve que mirarme en el espejo varias veces para saber si era yo aquel reflejo embotado de nubes. Un borde como de musgo cubría mi piel. Casi se me salen todas las semillas. En efecto, era yo la que sostenía mi mirada desde el espejo. Los hombros los tengo decaídos, y la cabeza parece un pajarito. Todo se me ha puesto frágil.
La cosa es que siempre hay alguien que se va. En todas las historias. En las mías digo, ya alguien se ha ido. Y yo nunca sé si volverá. Ahí es cuando me lleno de fantasmas. Y eso, coño, eso me desgasta. Es como limar un hueso. Con todas las migajas podría hacerme otro cuerpo. Por eso es que a veces, aunque ahora me pasa más que antes, no me reconozco en el espejo.
El otro día vino un muchacho. Aquí el relato se pone extraño. En mis cuentos ya todos se han ido. Al no quedar nada, tengo que contarlo todo como en un pasado bien lejano. Pero ahora eso no puede ser. Ahora hablo de alguien que no es fantasma. Hablo de un hombre. Alto, flaco, con los ojos grandes. Yo no lo esperaba. Eso. Hablo de lo inesperado, en vez de hablar de lo ya vivido. De lo que latió y fue vida entre mis manos. Hablo, siempre hablo, de la naturaleza muerta. Muerta porque una vez estuvo viva, vivísima. Muerta porque ya no vuelve. Muerta porque sólo aparece en mi trazo que es una pobre mueca del recuerdo, ya de por sí amuecado. Pero ahora, como dije, esto cambia. Escribo delante de un hombre que no es sombra, que no es huella, que no es fantasma. Escribo en tiempo presente, y ese hecho es inconcebible.
Hay algo terriblemente desacomodado. Yo lo sé.
El hombre que digo era un hombre muy joven. (¿Será que puedo narralo en pasado, aunque esta historia sea presente?) Se le notaba en la forma en la que agarraba los objetos. En el modo en que tomó mi mano para saludarme, y en las chorreras que se abrían en su voz. El hombre del que hablo era un hombre muy maduro. Lo sabía por la maestría con la que sus ojos me miraban. Por el cansancio de sus hombros, y el ritmo de la respiración. Como si por cada inhalar y exhalar murieran cientos de árboles, se apagaran muchas luces, y temblaran millones de hectáreas de tierra. El hombre del que hablo carece de edad.
Este hombre que digo llegó un día de lluvia. El agua que caía era naturaleza viva. El agua que moría en mis ventanas era naturaleza muerta. Algo dentro de mí se empezó a mojar. Algo fuera de mí quiso secarse. Y así es como comienza esta historia.
viernes, 28 de noviembre de 2008
miércoles, 26 de noviembre de 2008
desacomodada
Tan pronto abrieron la puerta, supe que había cometido un error. Me asomé con cierta timidez, y sentí ese peso ingrávido de las miradas cayendo sobre el cuerpo. Como si se acumularan en mi piel todos los muros, y todas las paredes. No sé si pasó. Pudo haber sido parte de mi delirio. Es así.
En aquellos días todo el mundo hacía fiestas, y yo todavía no lograba encajar en ninguna. Me sabía rara, como atravesada por una isla que me halaba y de la que no podía salir. A veces creía que me ahogaba. El aire se trababa, las manos eran fuentes de agua. El cuerpo una cascada. Esa noche, cuando abrieron la puerta, supe que mi vida se había convertido en un traspiés. Era como si hubiera perdido el hábito de los espacios. Los lugares se cansaban de mi cuerpo. Las formas se me complicaban. Los árboles altos me asustaban. Estaba sola. Y saberlo como lo sabía me dolía más que la soledad.
Aquellos días había leído mucho, y la música no paraba. Mi cuarto era una herida abierta. Nadie entraba. Cerraba la ventana que venía a proponerme el día. Y el día sabía que yo estaba sola, y la ventana suplicaba, la ventana lloraba porque las hojas chocaban contra ella. Naturaleza muerta. Afuera, adentro. Todo se me venía pudriendo, y no había fiesta que pudiera resolverlo. Porque estaba sola y ellos lo sabían. Y su compañía se veía de pronto socavada por la grieta que salía de mi voz cada vez que yo trataba. Cada vez que me cansaba del miedo. Cada vez que yo quería cortar la noche que dormía siempre en mi casa, y llenarme de soles. Todo el día.
Por eso me mudé. De casa, país, de idioma. Ayer fui a una fiesta. Tan pronto abrieron la puerta, supe que había cometido un error. No duré ni cinco minutos. He aprendido a no insistir.
En aquellos días todo el mundo hacía fiestas, y yo todavía no lograba encajar en ninguna. Me sabía rara, como atravesada por una isla que me halaba y de la que no podía salir. A veces creía que me ahogaba. El aire se trababa, las manos eran fuentes de agua. El cuerpo una cascada. Esa noche, cuando abrieron la puerta, supe que mi vida se había convertido en un traspiés. Era como si hubiera perdido el hábito de los espacios. Los lugares se cansaban de mi cuerpo. Las formas se me complicaban. Los árboles altos me asustaban. Estaba sola. Y saberlo como lo sabía me dolía más que la soledad.
Aquellos días había leído mucho, y la música no paraba. Mi cuarto era una herida abierta. Nadie entraba. Cerraba la ventana que venía a proponerme el día. Y el día sabía que yo estaba sola, y la ventana suplicaba, la ventana lloraba porque las hojas chocaban contra ella. Naturaleza muerta. Afuera, adentro. Todo se me venía pudriendo, y no había fiesta que pudiera resolverlo. Porque estaba sola y ellos lo sabían. Y su compañía se veía de pronto socavada por la grieta que salía de mi voz cada vez que yo trataba. Cada vez que me cansaba del miedo. Cada vez que yo quería cortar la noche que dormía siempre en mi casa, y llenarme de soles. Todo el día.
Por eso me mudé. De casa, país, de idioma. Ayer fui a una fiesta. Tan pronto abrieron la puerta, supe que había cometido un error. No duré ni cinco minutos. He aprendido a no insistir.
lunes, 17 de noviembre de 2008
naturaleza muerta. tú.
Un árbol como llama que se escapa. Un árbol es el principio de un incendio. Shhhhh: la tierra va a dar a luz un árbol. Fuego adentro/ fuego afuera. Ramas de esas que parecen dedos largos que quieren rascar la piel del cielo. Ramas como tus dedo haciéndome cosquillas. Risas como flores. Risas amarillas. Risas como llamas, como la copa de los árboles. Hojas, hojitas mínimas agarradas de las ramas que ya van soltándose del tiempo. Este tiempo. Ramas plumíferas. Árboles que son pájaros. Azul celeste. Azul de ese que ya nunca veo, azul de ese que me gusta tanto. Azul de la playa, y de los sueños que tengo. Dos pájaros azules sobrevolando el cielo. Era un sueño. La luz que se rompe como se rompen las cosas estos días. Todo va cayendo. Ayer salí. Ayer di una caminata. Y yo creo que la calle me esperaba. Ayer todo retrocedía. Hojas, árboles, ramas, cielo, pájaros. Caminando al revés. Y yo voy derechita por la ruta que me sé. No me quiero perder cuando hace frío y las manos no encuentran bolsillos para poderse esconder.
Ayer pasé por debajo de un árbol amarillo. Gigantesco amarillosísimo. Piel como papel rayado por los mimos de la luz descalza prendida en mis manos. Un árbol, una niña que era yo cuando me pongo niña. Una fábula casi lista. Ayer vi tu rostro en el rostro de aquel árbol. Vi tu pelo escapado como llamas de viento debajo de mi almohada. Vi tu tronco, tus ojos como hojas deshiladas por mis truenos. Ayer miraba el cielo, y algo cayó dentro de mis ojos. No era llanto real, era sólo una fracción del viento mezclada con alguna partecita de una semilla bañada en luz. Luz azul escapada de mi ojo. Todo está bien. Todo está en su sitio. La naturaleza muerta me revive, de a poco. El tiempo parece que va a explotar debajo de mis pies y yo no tengo nada importante que decir. Pero digo, y me recuesto en los decires que sigo diciendo aunque ya nadie oiga, aunque se acaben los oídos abiertos, aunque el árbol siga escupiendo sus semillas sobre mi cuerpo enramado al recuerdo del tuyo, que se enrama quizá, a otro tronco.
Árboles, hojas, luz de viento. Azul. A veces no sé si esto es esperarte. A veces, te juro, no sé si camino para ver tu rostro en una calle que no acaba y que se llena de otras cosas que no son tú. Soy toda yo llegando a la llegada que me espera como si no esperara nada. Llegada cansada de promesas desbandadas. Demasiada escritura. Demasiado fraguar en estas letras que son palabras. Si pudiera yo apalabrarte. Ponerte comas y llenarte de suspenso… si pudiera cercenar tu corazón con un punto de metal que te cerrara, que disecara cada frase de tu cuerpo mudo. Si yo pudiera hacerte cesar. Serías un puñado de hojas secas estallando debajo de mis pies. Naturaleza muerta. Tú.
jueves, 13 de noviembre de 2008
libélula
Ya me metí todas las letras al cuerpo. Yo ya no soy yo, somos sólo un montón de palabras caminando por la espalda. Café. Libros en orden, libros en desorden. Todo aquí está vivo. Anoche soñé con un caballo, con uno pequeño y con un unicornio bastante grande que querían subirse a mi cama. Como esos perros engreídos que se acostumbran a dormir contigo. Pensé en Habana, con la cabeza rubia en la almohada. Pero soñaba, y en el sueño tenía mucho sueño. Me pasaba la noche sacando al unicornio de la cama. Entonces desperté y vi que eran las cinco de la mañana. Miré por la ventana. Mejor dicho, miré la ventana y creí ver una libélula sobre mi computadora. Me restregué los ojos, seguía ahí. La cosa más rara. Comenzó a desaparecer delante de mis ojos. Como un recuerdo prestado borrándose. Era como si se hubiera escapado de aquel sueño, pero yo no recuerdo haber soñado con libélulas. Entonces, digo yo, puede que el unicornio de mi sueño soñara con libélulas. Puñeta. Si sólo pudiera espantar el sueño. Si sólo pudiera evitar los parpadeos que se hacen cada vez más lentos, más pesados… zzzzzz. Son estos días que se hacen largos. Es el pobre sol, lastimoso sol azul que parece como recién sacado de la tierra. Otoño manipulador. Los días son siempre niños, como un mantel muy limpio. Son todos estos libros mirándome, preguntándome, gritándome. Son estos días fríos. Son las muchas capas de ropa que me pongo.
No es nada. Son sólo mis exámenes que ya vienen. 4 días. Tengo que dejar de estudiar. La cabeza es un colador.
domingo, 19 de octubre de 2008
Lived In Bars
llegué a la barra y me senté.
sola. sola y en un bar.
cerveza.
un susurro y un tatuaje. quéséyo.
creo que alguien me habla del amor
porque aquí, esta noche, en esta barra,
todos saben lo que es el amor.
cerveza.
un tipo con el pelo rosa me sujeta,
me dice que él ya fue y que vino.
me dice que me quiere, y
que él sabía que yo venía
(cerveza)
a este bar que es el colmo
de lo que no está. que soy yo
cuando lo otro se me pierde,
se me acaba, se me va.
cerveza.
son espejos, son charcos nacidos del
sudor de la botella. son mis ojos
mirados desde arriba, rebotados
y robados por una servilleta.
te quiero.
desde el bar
hasta tu casa
yo creo,
que te quiero.
despierto y te veo demudado. no eres tú.
no soy yo. pero intuyo que estamos
y que somos, lejos. en otro estado.
en otro pueblo. en otra ciudad.
en el rastro de algún otro culo de botella,
rozando los labios de ella. ¿Marga?
mucha cerveza, y un puñal en la cabeza
sola. sola y en un bar.
cerveza.
un susurro y un tatuaje. quéséyo.
creo que alguien me habla del amor
porque aquí, esta noche, en esta barra,
todos saben lo que es el amor.
cerveza.
un tipo con el pelo rosa me sujeta,
me dice que él ya fue y que vino.
me dice que me quiere, y
que él sabía que yo venía
(cerveza)
a este bar que es el colmo
de lo que no está. que soy yo
cuando lo otro se me pierde,
se me acaba, se me va.
cerveza.
son espejos, son charcos nacidos del
sudor de la botella. son mis ojos
mirados desde arriba, rebotados
y robados por una servilleta.
te quiero.
desde el bar
hasta tu casa
yo creo,
que te quiero.
despierto y te veo demudado. no eres tú.
no soy yo. pero intuyo que estamos
y que somos, lejos. en otro estado.
en otro pueblo. en otra ciudad.
en el rastro de algún otro culo de botella,
rozando los labios de ella. ¿Marga?
mucha cerveza, y un puñal en la cabeza
martes, 7 de octubre de 2008
Niebla

Si mal no me acuerdo, lo conocí en un tren. O debajo de una escalera leyendo un libro. O en una calle de una ciudad que no era la mía, porque yo no tengo ciudad. Eso no importa tanto. La niebla no viene al caso, porque el caso es que cada vez que camino de la universidad a mi casa, o a la suya, (no a la de éste, sino a la del otro) me acuerdo de él. Y escucho pasar un tren que nunca pasa, pero cuyos rieles retienen un sonido que es más bien un ruido animal que no había escuchado jamás, pero que se parece a su voz. Camino. Camino más y me detengo, sombría porque el sol se marcha al llegar a este punto del trayecto que es como un cuento, porque ya me voy dando cuenta de algunos trucos, y miro y hay un montón de árboles cobijados en mi sombra y me asombro con la luz que me recuerda al techo de la casa de mi abuela, lleno de goteras. Y la luz se cae sobre las ramas y destruye un poco las sombras. Y los rieles parece que bailaran porque yo estoy ahí, como desnuda, agarrada de un lente. Un poco triste.
Si mal no me acuerdo el recuerdo que me llega está cansado de veranos y de muertes. Pero yo lo veo. Claro, clarito. Su pelo negro como el oro del más dorado sol. Sus ojos marrones en donde se descubría todo el misterio del mar. Su voz atravesada por la mía que venía como un tren. A mil. Tan frágil, tan frenética y tan sin frenos. Estrellada como un aguacero en su frente de papel. Rompiéndole la piel como se rompen las hojitas que sigo viendo caer.
Lo recuerdo. Fue un día de sol, debajo de un árbol o encima del cielo, conversando en un avión. Fue en otoño, y fue en verano hablando de tragaluces y de playas, urgándonos la piel para dar con un secreto que todavía no hemos encontrado. Y que seguimos buscando, ahora en otra piel, y en otras canciones, y en otros árboles, y en otras clases. Pero eso no es tan importante. Lo único que importa (porque es lo más que me jode) es ese sonido imaginario del tren que me arrastra, que me persigue, que me sacude cada vez que vengo, cada vez que paso, y me detengo a mirar este absurdo lugar por donde nunca nadie viene, y por donde nunca pasa ningún tren.
miércoles, 24 de septiembre de 2008
9,855 noches. Para Ana, en su cumple


él sólo quería una muchacha alegre y sencilla. ella quería amores, enredos largos y oscuros, como los rizos que despeinan su cabeza. él la quería porque ella era querida, querible, querendona, querubina equilibrada, paradita de puntitas aquí, o más allá, en una clase de yoga: una imaginaria y otra real. como debe ser. en donde se le estiraba el cuerpo y el deseo. tanto deseo atrapado en su piel, casi casi de papel. la recuerdo así. barroca y borrascosa. llena de precipios por donde se precipitaban todos. todos, menos ella.
yo sé de un muchacho que la mira. y ella parece que lo ve sin verlo, olvidadiza, recostada de ciertas columnas de viento. el pelo es una fiesta de siete velos. y sus ojos son dos soles quebradizos, ojos de niño amedrentado, chocando con ese mar velado. entonces, sólo entonces, pasa el amor. ella no sabe. ella se viste y se desviste sin saber lo que se sabe. ella es así.
delicada rama cansada de vientos y de lluvias. mirada tenue como noche que no llega, como tarde detenida, como el humo de colores que sale de mi boca. la veo, como una foto desgastada, sentada a mi lado, tomada de mi mano, mirándome con esa sonrisa de pelo suelto y esa mirada amelenada que me cuenta secretos milenarios. de aquí y de allá. un marinero de 7 vidas que le hablaba en portugués, un amante aposillado pues ella le comió la oreja, aunque ese sí hablaba español, y de un chico flaco y calvo que se pone afrancesadamente triste cada vez que se acuerda. nueve mil ochocientas cincuenta y cinco noches acumuladas en sus ojos que se visten de mañanas claras, de sudores muchos, de tantos pero que tantos temblores, y de al menos, unos mil quinientos amores. imaginarios y de verdad. como debe ser.
domingo, 14 de septiembre de 2008
(1)
Me desgarras y me siento té. Ligero para pasar el sabor.
Urdido hasta que ataque las papilas y logre que la sangre
se libere.
De repente
siento que has mordido
otra vez ese punto de vértigo.
Descanso.
La presión se clava en la nube henchida, a punto está
de estallar.
Y allí, justo allí, en medio de la acera,
llora,
cuando habíamos decidido continuar.
Con rabia.
De esas que a pesar de morderme los labios no se atenúan,
De esas que no son contigo,
sino conmigo,
de esas que rayan
y ponen barreras.
por: Ana María
Urdido hasta que ataque las papilas y logre que la sangre
se libere.
De repente
siento que has mordido
otra vez ese punto de vértigo.
Descanso.
La presión se clava en la nube henchida, a punto está
de estallar.
Y allí, justo allí, en medio de la acera,
llora,
cuando habíamos decidido continuar.
Con rabia.
De esas que a pesar de morderme los labios no se atenúan,
De esas que no son contigo,
sino conmigo,
de esas que rayan
y ponen barreras.
por: Ana María
Ellos
la casa
allá.
la calle
y yo
aquí.
esta
maldita
manía
de salirme,
de sacarme
del lugar,
de los
lugares
en donde
tú y en
donde
yo.
cuando
parece
somos
como
un logo
algo
ilógico,
algo
ilegítimo.
estas ganas
de cunetas,
de sus ojos
apagados,
casi casi
cerrados
diciéndome
que no
otra vez.
que no.
esta violencia
del humo
en mi boca,
este puente
de cenizas
rotas que
cruzamos en
cada abrazo
que nos damos.
se me acaban
los soles
ensillados
y viene ella
sin caballo,
a mojarme
con su llanto
de sirena.
orilla azul
herida por
su canto.
todos
los
fantasmas
se
parecen
a ti.
allá.
la calle
y yo
aquí.
esta
maldita
manía
de salirme,
de sacarme
del lugar,
de los
lugares
en donde
tú y en
donde
yo.
cuando
parece
somos
como
un logo
algo
ilógico,
algo
ilegítimo.
estas ganas
de cunetas,
de sus ojos
apagados,
casi casi
cerrados
diciéndome
que no
otra vez.
que no.
esta violencia
del humo
en mi boca,
este puente
de cenizas
rotas que
cruzamos en
cada abrazo
que nos damos.
se me acaban
los soles
ensillados
y viene ella
sin caballo,
a mojarme
con su llanto
de sirena.
orilla azul
herida por
su canto.
todos
los
fantasmas
se
parecen
a ti.
viernes, 12 de septiembre de 2008
sueño

Ese día el cielo estaba igual. se metía, implacable, por la ventana de mi cuarto. cielo de julio abriendo a cuchillazos un espacio, un cuerpo, una leve sombra de intimidad. la mañana se desenroscaba como siempre, con mi piel resbalando por debajo de sus sábanas. ese día mi cabeza pesaba un poco más, y en cada parpadeo encontraba nuevas piedrecitas: residuos de una fiesta fugaz. ese día tenía mucho sueño, y es que su voz ya había comenzado a hacer estragos en mi cuerpo. había dormido cuatro horas porque se me llenaron los oídos de su voz, de palabras que eran muy difíciles, o muy hermosas para tan altas horas de la noche. no sabía si era sueño, o si era verdad que yo había marcado su número y que él me había respondido con un “Hello”que me sabía a memoria futura.como si siempre me hubiera dicho “hello”, todas las noches de mi vida. entonces todo se aclaró. se estremeció esa leve capa que me rodea la piel, ese fino telar hecho de tiempo, de dudas y de azar, mi otro caparazón, al contacto de su voz.
hablamos y mientras hablaba yo sentía que me hundía un lápiz invisible, y que hacía de mi voz un mero eco de todo su silencio. entonces, creo, me enamoré. de él y de su voz. creo que le dije que tenía voz de joven. no supe bien qué quise decir, pero después, poco a poco, he ido entendiendo las entretelas de aquella descripción nacida del terror (un breve y delicioso terror) de su voz mezclada con la mía, sentada sobre la mía, acostada en mi desvelo que había sido develado por él y por su voz. su voz mordiéndome la noche, llenándome de imsomnios, tejiendo una trama de esas que uno sabe que no acaban jamás. y ahí no acabó. ni la charla, ni las visiones, ni los sueños. ni siquiera el desvelo que me ha hecho dos bolsitas cariñosas debajo de los ojos. ni ese mudo caparazón mío que grita, (cada vez más fuerte) al contacto de su voz.
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