viernes, 14 de agosto de 2009

un arco para iris




lo bonito sería verlo
como se solía ver.
asomadas sus greñas
todas
por cada uno de los pasillos.

lo ideal es que fuera simple,
otorgado, tú sabes, natural.
que se abriera la puerta
(cualquier puerta)
y apareciera él.
que se paseara por delante
de mi ventana. y sí, ya sé
que vivo en un tercer piso,
pero es que antes era así.
se le veía siempre,
aunque fuera a distancia,
aunque tuviera que sacar
la cabeza por entre tanta rama.

la bueno sería, digo yo,
que la hojas se aguantaran
un rato más a cada uno
de los árboles y que el frío
se demorara un chín. que no,
que no. que no llegara aún.
un poco más de calor.
breve recuerdo del verano
que pasó sin haber pasado nunca

porque él y porque yo
ya nunca nada.
aunque el cielo dijera que sí y él,
más o menos balbuceara un “casi,”
“puede ser.” cuando los minutos
pactaban en silencio recostados
de su puerta y todos ellos no eran
nadie, sólo sombras en el fondo
del paisaje. y nosotros,
tímidamente felices,
guardábamos un secreto:

tú comías soles y yo tragaba
tantas nubes,
y a veces, te juro que a veces,
veía colorearse un arco iris.

teclas

no es música de fondo. a menos que el fondo se haya confundido con la superficie, que no es superflua, digo, superficial. es lo que es. lo que pasa, lo que se ve, lo que ocupa este primer plano del que yo a veces quisiera irme. no, no es música de fondo porque yo estoy aquí, y sus manos recorren el piano y sale la música. triste, tristísima. música gris, música gris con acentos amarillos y azules. son sus manos, las teclas, mi cuerpo agotado en la cama. mis dedos recorriendo un teclado del que no sale música, pero sí algunas palabras. palabras que pueden ser grises, azules, amarillas. palabras tristes tristísimas. como nosotros estos días. ¿es esto el amor?

su espalda es una muralla, su espalda: camino lento, dureza sofocada, una nube anquilosada. su espalda blanca, sin ningún rasguño, sin ninguna marca: evidencia de todo lo que no pasa. evidencia de lo que pasa en otra espalda que se recuesta delicada y toda magullada en otro espacio que no es éste.

porque aquí solo habita el dolor de un piano, la idea remota de la suerte, el olor del sol cuando ha viajado mucho y llega, cansado de árboles y de cables, de espaldas y de besos, a meterse debajo de la almohada.

domingo, 9 de agosto de 2009

Cataratas

Es verano en Atlanta. Los días más calurosos, la semana cumbre. Es agosto y es Atlanta. Hace un mes era invierno. Lo pienso y parace material de otro verano. Invierno por fuera, verano por dentro. Lo pienso ahora, desde Atlanta y me invento un aburrimiento. No hay nada qué hacer. El calor es una piedra que aplasta los días.

sábado, 8 de agosto de 2009

Despertar

Hoy me desperté tarde, como casi siempre. A las 11:40, más o menos. Pero me siento madrugada. Finjo que es temprano, me invento algunas horas. Miento (si supieras cómo me miento) y asumo el día con la tranquilidad del que madruga. Qué me ayude Dios, al menos, en la empresa de la mentira. ¿Al que madruga Dios lo ayuda? Estoy bien. Me siento bien. Una taza de café, una torre de libros, una computadora, mi mano atrofiada. Todo bien. Hay que seguir. ¿Yo? Yo estoy bien, ya te dije. Haciendo cosas, ocupándome. Incapaz de alcanzar sus ojos.

No sé bien que es lo que ha pasado, pero me sobra la ausencia. La tengo aquí, pegadita de mi espalda. Estoy lejos, y las palabras me alcanzan sólo para lanzarme más allá. Más lejos. No estoy tan asustada, estoy exhausta de estos alrededores. Y de la niebla en mi cabeza, y de la debilidad de mis brazos, y de la lentitud de mis piernas. Pronto va a pasar algo. Yo lo sé. Yo lo espero. Pero, ¿se podrá escribir? Ese algo... ¿aguantará un relato? Hay que ver qué pasa con las cosas que pasan. Yo espero. Taza de café, torre de libros. Toda yo cercada por muros de mentira. No puedo esperar para que se acabe este puto día. Y acabo de recordar que me acabo de despetar.

Te extraño tanto.

miércoles, 27 de mayo de 2009

La piel de Ingrid




La piel no perdona. Ingrid se hizo su tatuaje. Me lo dijo en febrero, que eso iba. Lo del tatuaje. Estuve esperando como 5 meses para ver ese verso de Lezama atrapado en la piel de Ingrid “Y si el cuerpo como un bulto se perdiera en el orgullo reposado de su devenir.” ¿Atrapado? Quizá la atrapada sea ella. La piel no perdona. Ingrid lo sabe. Digo yo que lo sabe, pero, ¿quién sabe? Yo no se lo he preguntado. Lo intuyo. La intuyo. Ingrid es de esa gente que uno intuye. Eso, o todo esto es parte de mis prejuicios, prejuicios que uno siente como percepciones agraciadas, justas y muy inteligentes. Lo que pasa es que Ingrid es brasileña, y a mi me pasa como a todos (no se hagan) que nos creemos que ellos saben todos los secretos que guarda la piel. Y la piel no perdona. Repito.

Entonces Ingrid va y se hace un tatuaje. Yo no tengo tatuajes. No sé qué se siente, no sé del dolor, del goce, ni de nada. No sé si la piel sonrie, no sé si llora, tampoco sé por qué la gente se hace tatuajes. A mí me gustan mucho, esa no es la cuestión. La cuestión es otra que yo no sé muy bien, ni me importa aclararla ahora. El caso es que la Ingrid se hizo su tatuaje. Un tatuaje lezamaniano. Un tatuaje que comienza en la plenitud de la incertidumbre. Y eso es lo que más me gusta de este tatuaje. Intenta lo indeleble mediante el devaneo de la duda. “Y si…” Ingrid está marcada para siempre, pero es una marca que no dice, que no afirma, ni siquiera pregunta. Borra un poco y sugiere, si se quiere.

Y entonces, es el cuerpo. Es un verso acerca del cuerpo grabado en un cuerpo. Y el cuerpo es (podría ser) un bulto que se pierde, ¿pero en dónde? En su orgullo dijo Lezama, y no sólo en su orgullo, sino en un orgullo reposado que para colmo reposa en su devenir. De pinga. Eso lo dijo Lezama, y eso dice Ingrid. Porque la repetición, la cita, el cigarrillo prestado son también nuestros. Ingrid le presta con orgullo su bulto a Lezama, esperando que el devenir se cumpla cada día, todos los días.

Y esperando también que se acerque algún amante intresado en cuerpos, pieles, palabras, poesía, y quizá (pero esto no es imperativo, esto se lo dejamos a la Ingrid) que sepa quién carajo era Lezama. Ese, el cubano, José Lezama Lima.

sábado, 2 de mayo de 2009

antes que nada



unos besos
acá y allá

unos besos blancos
¿tibios?
no sé
besos como de papel
escritos, leídos, inventados
como todo Él

la rodilla vino primero

antes que nada
una rodilla pidiendo cariño
después una mano
su mano
la mano de Él
en mi rodilla
muerta de miedo
me estiro,
me rompo un poco la piel
y lo dejo
hacer y deshacer

antes que nada
unos besos
que nunca pasan
pero que yo los sé
cómo son
cómo se ven

cómo huele su cuello
cuando besa
yo lo sé

y pasa la noche
y pasa una palabra
amarrada
a otra palabra
y pasa la música
y los calamares
pasan
de boca
en boca
pasan

clamor de los mares
todo es agua
aquí
debajo de su mano
una brisa me borra
la mitad
la que queda

antes que nada
besos brisados
manos de rodillas
rodillas que son manos

¿ya casi?

culpa y razón
antes que nada

pero
después de todo
sus dedos y mis dedos
los huecos de sus ojos
haciendo un hueco
en el eco de los míos

mis ojos en los suyos
black holes

una noche pequeña
una casi noche para dos

viernes, 17 de abril de 2009

después de todo

y después del silencio,
silencio.
un mar de flores blancas
como muertas en el suelo.
pero flores
al fin.

after all, flores blancas
muertas como se muere
la ventana cada vez
que tú no pasas.

antes también
era el silencio.

silencio
sobre
silencio.

un ramillete de muertes
convertidas en rosas.

están cayendo
hojas blancas
sobre tu cabeza.

y no es que te espere,
no es tanto eso
como que se pase el día
sin que yo lo note.

flores trenzando gargantas.
margaritas ahorcadas
debajo de mi cama.

por ahora sólo sé saber las cosas.
un ojo como de papel,
un niño subiendo escaleras
una mujer hecha de sol
quemándome las pestañas

y el alma toda magullada,
mi alma toda de rodillas.

puede que se joda la cosa.
en este punto...
puede que se joda esto
tan bonito
que apenas
des-pe-ga-ba.


after all, flores blancas.
de muerte mancilladas,
pero blancas.

después de todo.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Lejos

Ya no es tanto eso de estar fuera de lugar. Ahora es como un estar lejos. O como un sentirse lejos. Un borde agrio que se intuye debajo de los pies. A veces. Últimamente, casi siempre. Lejana, pero sabiendo lo que pasa allá. Al otra lado. Es decir, acá. ¿Me sigues? No todo lo puede explicar uno de forma adecuada. No siempre se adecúa uno al espacio, a las gravitaciones, a las mareas. No es que no se sepa estar. Se está, y se está bien. Pero lejos. Siempre lejos. Como detrás de una ventana cerrada.

Estos días me ha pasado. La lejanía. El querer hablar y sentirme tiesa en la palabra. ¿No te sentiste nunca como atrapado en un paréntesis? Pues así. Más o menos. A veces se lo achaco a él. (A veces, creo, te extraño) No sé. Como que necesito un poco el dolor ese que se cuajaba en cada palabra nueva que inventaba. Era el dolor. Pero era una casa. Ahora……………… todo lejos. Voces extrañas como atravesadas por una cortina de agua. Silencios plateados trepándose por mi garganta. Antes el silencio no era así. Ahora todo está en guerra. La casa, las voces, los silencios. Tú no. Tú no estás.

Quiero que se me entienda. Aire seco. Lluvia mojada. Todo bien. Todo normal. Pero lejos.

Todo (tus ojos, tu pelo, tus dedos) está como metido en un bolsillo que no es mío.

Lejos.

domingo, 8 de marzo de 2009

otro jodío poema. a cuestas.



…y digo, no es que la cosa se simplifique

en la poesía.

ahí ocurre el tranque alegre de las voces,
de los gritos, de los graznidos. y del llanto.
un viento breve despeina la palabra
y un árbol quiere nacer. aquí y ahora.
yo le veo la semilla. eso es. que aquí,
y a esta hora, pasa algo, nace algo.
algo se quiere formar, como una
enredadera en busca de paredes.

y la pared, a veces, parece que soy yo.
y yo no quiero ser pared, no quiero ser
la columna de donde se recuestan ellas,
tan cansadas de noches y de lentejuelas.
(sí, estoy hablando de la palabra
y de los colores y de las plumas de los pájaros)

hace tiempo que no salgo. hace tiempo que
no uso un vestidito de esos que brillan.
hace tiempo que no enseño las piernas
pero ahí están, colgando de mi cintura,
en el mismo lugar. hay cosas que no cambian.
como la manía de nombrar. pero estoy
claudicando, desistiendo de la sintaxis.
buscando el negativo de una frase rota
que me soltaste un día. eso es lo que hago.

jugar a ser la premonición de una noticia vieja.
ser el recuerdo de eso que olvidaste, que todos
olvidaron. ser testigo de las sombras. ¿memoria?
no. yo tampoco la tengo. ese es otro juego.

ahora yo. sola y en cantos.

no esperes una alegre melodía. esto toma tiempo,
y quizá no pase nunca. primero lo primero.
hay que disparatar. hay que joderle los oídos,
hay que desangrar la garganta. salivar el esqueleto.

fluctuar.

ser la inflexión esa que se insinúa
en la curva de su cuello. habrá que hacer otras cosas,
pero por ahora, con eso cuadramos. ¿Estamos?

sábado, 7 de marzo de 2009

En blanco



La materia del relato. O la protomateria, mejor. Esa es la cosa. Lo de adentro, la felpa, lo que antecede a la forma. El advenimiento de la forma. Mis rodillas son materia de relato. Se podría armar una historia compleja, y hasta bonita, a partir de las rodillas. No sólo de las mías. Piénsalo. La mesa del comedor en donde el gato se acuesta. La mesa en la que comíamos los tres hace como mil años. El tiempo. Esa es la otra cosa. El tiempo del relato y el tiempo en el relato. Hay que agrandar la palabra. Hay que estirar el trazo. Marcar la ruta de tus pies cuando se van, fomentar la llegada de un abrazo. Vamos a ver qué se puede hacer. Siempre hay que ver lo que se puede hacer. Los materiales están por ahí. Van apareciendo de a poco, o de sopetón. Y a mí me gustan las costuras. Este es un relato de costuras. Ahí hay otra historia. Ahí están los reversos. No hay que buscar mucho, hay que empezar la obra, hay que meterle mano al andamiaje. Hay que andar sobre tu espalda. Hay que confiar en las canciones, y en las pinturas y en casi todos los paisajes que se enmarcan detrás de la ventana. Ya sabes que siempre he pensado que me persiguen las ventanas. Hay que ser bien arrogante coño, o quizá sólo baste con estar muy asustada. De lo que se queda adentro, o de lo que está afuera. Hay que bregar con estos putos relatos que no quieren ser. Y que por eso, son. De cierta manera, digo yo, son.

Es decir, no se trata de narrar lo que pasó aquel día de nieve. Un libro blanco. Hay que narrar la nieve. Cómo se formó, de dónde vino. La nieve en los zapatos, la nieve dentro de mis pies. Y, pues, con el tiempo se aprende que la nieve no es más que agua. Sí, ya sé que uno no debería tardarse tanto en dar con esa cruenta verdad, pero es que el mito de la nieve tarda en derretirse. Y mis pies están fríos y mojados, y eso me lleva a otra historia igual de fría y de mojada. Pero este no es el momento. Tratemos de poner orden, aunque sea sólo un aguaje. Me encanta esa palabra, sobretodo escribirla: aguaje.

La nieve pegada en mi frente. Un beso frío. Tu boca. Todo está en blanco. Y todo se pone como liviano y sus ojos se ven aún más negros rodeados de nieve. Y la huella de su peso, de esa isla en peso, descansando en la yerba que hoy no es yerba porque es nieve.

Habría que narrar más. Pero esto es todo lo que puedo hacer ahora. Y es tan insuficiente como cualquier otro relato. ¿O no? Esto me dan ganas de escribir un poema.