domingo, 16 de enero de 2011

30 años

Hoy cumplo 30 años. Afuera el hielo sigue dando la batalla. El sol quiere derretirlo. 30 años: sentí que debía escribir algo, pero la verdad es que no sé. Qué decir, por qué decirlo.

Esta mañana me desperté más temprano que de costumbre. Estaba cansada, pero sentía la obligación de dejar la cama. Puede que quisera celebrarme, desde temprano, en esta casa casi vacía, en donde el silencio se deja quemar por los dibujos que hace el sol en la pered de la sala.

Hoy cumplo 30 años, y es como si no pasara nada.

sábado, 15 de enero de 2011

todo el fuego

no se sabe bien, pero estos días, parece que todo está hecho de fuego. y un gran muro blanco fente a la ventana dice que no. porque la nieve arrecia. porque el sol sólo sale para derretir el hielo. pero por las noches, en mis sueños, es el fuego. comiéndoselo todo, arañando hasta las uñas de los gatos más oscuros. montañas en llamas, y un cansancio viejo. yo, pequeña y flaca, temblando los ojos rojos. y todo tan antiguo, todo, como en sephia. fuego adentro. la imagen afiebrada mojando la almohada. todo lo que leo, en las noticias, o en mis libros, me remite al fuego. no sé cómo no me acabo de quemar.

lunes, 3 de enero de 2011

Flor o el fuego. Homenaje a Jim y a Bolaño.


"Se llamaba Jim." Así comenzababa, creo, un cuento de Bolaño. Jim mirando el fuego. Jim, tragando palabras como quien traga pedazos de fuego. Malabaristas. Bolaño narrando a Jim, volviéndolo liviano y contundente, amarrándolo a sus palabras y al gesto triste de sus manos buscando bolsillos.

Y es que, mirando a Flor el otro día, después de tanto tiempo, pude entender un poco el fuego, o la ilusión del fuego que obsesionaba a Jim. No sé muy bien cómo se fueron atando estos cabos. Quizá aquellas luces de navidad rebotando en su carita de niña como en medio del desierto, me devolvieron al relato. Jim en la ciudad de México, sobreviviendo a la terrible belleza de un fuego que sabe ser amaestrado, y Bolaño, acostado bocarriba en una playa cualquiera incendiado por mil demonios, todos afiebrados. Y Flor, mi Flor de siempre, mi Flor que es sirena, y que es la risa, y que son las canciones de dos niñas saltando al vacío en una noche de verano que se repite más que todas las islas juntas, no sabe de Jim, ni sabe de Bolaño. Y tampoco sabes, Flor Celeste, que yo escribo estas líneas para ti, aunque no quieras amarras, ni reales ni virtuales, aunque te niegues rotundamente a hurgar en este universo de blogs, de emails, de facebooks, y de todas esas cosas que no saben sacudirte el polvo de los pies.

Flor no contempla el fuego, pero el fuego la persigue, y le va dejando una estela de ceniza en la piel. No, Flor no mira el fuego, pero cada vez que yo la miro a ella, algo adentro se quiere quemar. Y sigue pasando el tiempo, y siguen pasando los días en donde no cabemos juntas, y seguimos riéndonos de fuegos pasados, buscando quemaduras viejas, encontrando soledades, extrañandonos tanto.

Pero Flor y el fuego. Su pelo largo contando secretos, su boca pequeña acunando palabras muy grandes, sus rodillas fuertes, a prueba de golpes, de arrecifes, de océanos, de balas.

Y te sigo en el recuerdo mi Flor, colocando espejos en el fondo de una piscina para ver cómo nadaban las sirenas. Saltando de espaldas, cayéndote de lado, tirándote de cabeza, tan llena de barrancos, resbalando a propósito, violentando el vacío con tu risa, consumiéndote en ese fuego tan tuyo que no quema.

Porque Jim y el fuego: espalda encorvada reposando silencios. Porque Bolaño y el fuego: quemaduras a destiempo. Porque Flor y el fuego: desapareciendo lentos, en su marcha de cristales rotos, prendiendo un cigarro a lo lejos, murmurando sanidades, apagando, a veces, todos mis incendios.

martes, 23 de noviembre de 2010

Ficción de Venado







Fue
Casi
Como ver a un
Venado
Saliendo del agua

Y querer tener sed

Fue...
Cómo decir
Eso último
Arrastrado por
El mar
Absurda
Ofrenda

Fue
Como un venado
Nadando
Por los siglos
De los siglos
En secreto y como en
Fuga
Corroborando cuentos
Chinos de niños
Isleños
Melancólicos
Siempre
Ante todo lo que traiga
La marea

Fue verlo salir
Y saber que era
Mentira
Pues los cuentos
Siguen siendo
Cuentos
Y los ojos
Mienten
Y las cámaras
Mienten
Y las voces
Atravesadas por el
Viento
Seguramente
Mienten

Porque los venados no
Existen
No en una isla
No nadando en playas
No así
No mojando el
Viento con sus patitas
Frágiles
Temblorosas
No, no así
Con esos ojos grandes
Con toda esa
Tristeza marrón de
Arena mojada

Visiones
Yo lo sé
Yo lo digo porque sé
Que no hubo nunca un
Venado mojado
Inquieto y
Como desnudo
Saliendo de ninguna
Playa


http://www.youtube.com/watch?v=qsP1CPedBRQ&playnext=1&list=PLD53BB189E932C1E5

miércoles, 17 de noviembre de 2010

para Ingrid


déjala que encienda otro, no le preguntes del hielo, dale fuego, dale luz, dale viento, que a veces el álito de vida viene envuelto en humo, déjala que baile, que se pierda entre esos hombros, que salte sobre una mesa, sí, déjala que baile, ayúdala a cansarse, espántale el imsomnio, arrópala un poco, pero déjala, como una flor lunar abierta al frío, que suba, que baje, déjala que se pierda, pero pídele que vuelva, déjala que siga con su ritual de pestañas quemadas frente a la pantalla, y déjala que cante, y que se sirva otra copa, mientras pinta ángeles, como ella, tan caídos, ángeles cansados de cielo, y no le digas, no le grites, no le muerdas las ideas con tu calma, no le estrujes el vestido con consejos, no la jodas, loco, no la jodas, y déjala que sea la que siempre te desea, que se desgaste entre tus dedos como arena, como playa de bolsillo: pedazito de sol, ella, y déjala, que siga recogiendo pájaros muertos por la mañana, y que se queme los dedos si quiere, que escupa ceniza, déjala, si es linda, déjala que se embellezca, y que destruya todo lo que pueda, dale vidrio, dale procelana, y déjala, que maneje como quiera, dentro de las líneas casi simepre, bordeando el camino que se inventa, déjala que sea mapa, que sea ruta, atajo, o barranco, si después de todo, 
Ella siempre llega.

martes, 5 de octubre de 2010

irrespirable con colores de un casi otoño. ojalá las cosas no tuvieran que verse desde estos puentes tristes que me invento. parece como si se fuera a terminar algo. ¿una historia? las imágenes no me alcanzan ya. y las palabras... tan lentas y secas. 

jueves, 16 de septiembre de 2010

La pobreza


Sin título, 1927
Arístides Fernández (Cuba, 1904-1934)




Ellas, tan débiles y tan inmortales, siguen caminando como en marcha de florecitas muertas. Casi borradas sus formas, casi apagados sus pasos. Por la eternidad.

viernes, 23 de julio de 2010

Búhos

Dos búhos enormes (¿como todos los búhos?) delante de mí. Dos aparatos de esos, sobrevolando mi cabeza. Eran las 10:30 de la noche. Yo regresaba de su casa cuando vinieron los búhos. Los dos se acomodaron en una misma rama. Me acerqué y no los puede ver. Todo muy oscuro. Tuve miedo de que el búho me viera buscándolo. Yo creo que ellos saben. Y una nunca sabe qué tipo de represalias pueda tomar un búho. Decidí entrar a la casa, y entonces los vi otra vez. Sus ojos amarillos (¿cómo es que todo lo importante llega envuelto en amarillo?) mirándome. ¿Mirándome? El otro ya había volado. Sólo uno se quedó en aquella rama.

Noche atlanteña. Parece que hay un sol negro muriendo allá arriba. Todo transpira, hasta los árboles. Y estos dos búhos. ¿Los has visto de cerca? Dan miedo. Sus alas abiertas, moviéndose en silencio, pesadas, tragando sólo un poco de viento. El que se quedó parecía que me quería decir algo. Caminé hasta un banco, me senté y te llamé. Te dije que acababa de ver dos búhos, te decía que eran muy grandes, y que parecía que me estaban siguiendo. Mientras te lo contaba, el susodicho apareció detrás de mi, derechito en un cable de teléfono. Digo de teléfono por decir algo. La verdad no sé qué cable era, nunca había visto ese cable, pero es que hay cosas que sólo podemos ver cuando un búho se posa sobre ellas.

Eran las 10:30 de un día que había empezado hacía como 48 horas. Verano te vas, y me sorprenden tus manitas… no me acuerdo de ese verso de Vallejo. Ya lo buscaré. Es que a veces pasa que el tiempo se detiene. Yo no sé si tu has visto a un búho parado en un cable delante de ti, cerca y sin miedo, esperando alguno de tus movimientos. El tiempo se detiene. Casi lo puedes ver, tensándose dentro de sus plumas. Hay, por supuesto, otras imágenes que saben cortar el tiempo. Como el papá sacando su ropa del armario, y mirándote con cierto miedo, o como su rostro dormido debajo del agua.

El búho se movió una vez más, y te lo dije. Mi voz se quebró. Te asustaste un poco. Quizá pensaste que me había vuelto completamente loca, y que no habían búhos de verdad, sino un montón de animalejos caminándome la cabeza. Pero me recuperé pronto. Después de todo, era sólo un búho quien me miraba tan fijamente. Te repetí que el búho me seguía, que había volado del cable hasta esa estatua que está en el medio del jardín. Te dije que no entendía, que no sabía que hacer, que tenía miedo de que algo pasara. Te dije, a modo de broma, para espantar mi espanto: What does this mean?! Traté de que no fuera importante, pero tú sabías que algo estaba pasando.

Voló. Se perdió entre los árboles. Lloré en la sala de mi casa. Todos sabemos por qué lloré. A veces nos pasan cosas muy lindas, y no sabemos qué hacer depués. Y quizás no a todos nos debería pasar lo hermoso. Lo tan hermoso que siempre corta el tiempo.

domingo, 27 de junio de 2010

panes y peces

El sueño se me hacía traspiés y caída…
Dormí el tiempo que habitualmente en el día
estamos despiertos.

José Lezama Lima


eran un montón de peces
metidos debajo de mi
almohada, dentro de una
mañana raquítica, de esas
que se quieren poner una
levita y meterse al claustro
sin hablar con la visita.

peces apesadumbrados,
saltando como salta mi
garganta cada vez que el
aire. cada vez que la tráquea
se me tran.ca. cada vez que.
creo que. casi. no puedo.

respirar.

eran como una manada.
qué digo yo manada,
digo un manantial malévolo
de peces casi vivos casi muertos
debajo de mis sábanas a punto
de naufragar. mis ojos eran
dos almejas, solitas, como un
caracolito de la mar que se
quedó sin bailar en medio
de la ciudad. entonces me
llené de sal. y me llené de azul.
se me llenó la lengua de escamas
y otra vez. la torpeza. la tristeza.
de no poder. de no querer.
respirar. ¿asma? ¿alma?
mala ejecutoria pulmonar.

peces y peces, que no panes.
pesares de esos pesados como
uno que otro pasado reposado
y a veces repasado en la memoria
imaginaria que a veces
también es la real.

pesco los peces
que duermen en la almohada,
peso mi cuerpo liviano que se
estira sobre la mañana y los veo
pasar. los peces todos se van.
mis ojos almejados se quieren
despertar.

estos cabrones sueños,
un día de estos,
me van a matar

miércoles, 16 de junio de 2010

No sé describir este paisaje. Súbito. Todo estaba quieto. Son de estos momentos de los que no se puede escribir, aunque todo te diga que sí. Demasiada vida como para ponerla en un papel. Y yo quisiera, pero a veces no se puede. Ni escribir, ni otras cosas. Todo estaba quieto. Y el calor. Son las 7 de la noche en Atlanta. El sol sigue matando ese edificio blanco que se mete por mi ventana. Todo quieto hasta que. Todo en clave de tormenta. No era una tormenta, pero la expresión de mi cara hubiera sido la misma si se tratara de una tormenta. Entonces, hay algo en mis ojos, hay algo en los gestos, en el modo en que detuve mi lectura, que delata una tormenta. Es un secreto, como todas las cosas importantes. Acurrucadas allá. En el fondo. Pero tormenta. Los árboles, no sin poca violencia, abrazados al cristal de esta ventana. Árboles tormenta. Gotas de lluvia. Luego, la lluvia. Viento. Todo estaba quieto. El cielo negro. Mis ojos, lelos, detrás de la ventana. Ella, desde la sala, dice: “What? Stormy.” Sé que no es alucinación. Te quiero. Mis ojos y la tormenta. Yo te quiero. Y después de ese gris oscuro que, a veces, nos da miedo, aparece el amarillo claro. Pero hay que fijarse bien, hay que levantar la mirada para ver ese amarillo como lleno de cenizas. Todos saben que es el último secreto del sol. Y se va, pero se deja ver mientras se va, y eso es lo importante. Dejarse ver mientras se va. Y yo te sigo queriendo. Aunque te vayas, porque puedo verte mientras te vas, porque puedo estudiar cómo es que te vas.